Francisco es una figura inagotable, por eso es muy sano volver de vez en cuando, una vez al año quizás, a su historia, a contemplarlo desde un nuevo punto de vista.
Esta vez me he acercado al “San Francisco” de G.K Chesterton, que no es una típica biografía sino una relectura para los mínimamente iniciados en la vida del pobre de Asís.
A Francisco se le han colgado muchas etiquetas, según ideales y sueños de cada lector y admirador de este santo: un pacifista, tal vez el primero, un poeta, un ecologista, un comunista, un anarquista… Para Chesterton, Francisco es el “juglar de Dios”: “Un juglar no era lo mismo que un trovador, aun cuando un mismo hombre podía ser ambas cosas (…) El juglar era propiamente un bufón, un truhán o lo que llamaríamos un saltimbanqui”. Un juglar que aprendió a mirar el mundo del revés, caminando sobre las manos y boca abajo, de tal modo que todo lo que a nuestros ojos tiene valor se convirtió para él en basura y todo lo que despreciamos fue en sus manos y para sus ojos bendición. Francisco, haciendo piruetas, aprendió a de-pender de Dios, se colgó, literalmente, de su Señor. ¿Un “colgao” por y de Dios? Pues algo así. En pocas palabras nos viene a decir que si la figura de Francisco la apartamos de Dios y su especialísima relación con él nos quedamos con una burda caricatura.
Chesterton, en vez de acometer una extensa biografía abarcando mucho y apretando poco, ha preferido abarcar poco y apretar mucho para sacarle todo el jugo a su personaje, y no sólo a él, sino también a ti, lector.
Así presenta su obra el propio autor: “Me dirijo al hombre de la calle, escéptico pero también comprensivo, y mi única esperanza, bastante vaga por cierto, es que si abordo la biografía de este gran santo por el lado llamativo y popular que evidentemente tiene, tal vez logre que el lector perciba la coherencia de una personalidad intachable, al menos un poco mejor que antes;
San Francisco, G. K. Chesterton, Madrid 1999.