María, Madre de Dios,

La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí.

Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola.

Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y que respira, un Dios al que de puede tocar»

Jean Paul Sarte, «Barioná, el hijo del trueno»

Greggio: miel y panal en la boca.

«Con preferencia a las demás solemninades, (San Francisco de Asis) celebraba con infefable alegría la del nacimiento del niño Jesús, la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crío a los pechos de madre humana.

Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez; y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y era este nombre de Jesús, para él, como miel y panal en la boca»

Tomás de Celano

Los pastores II

El ángel había anunciado también a los pastores una señal: encontrarían a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.Éste es un signo de reconocimiento, una descripción de lo que se podía constatar a simple vista. Pero no es  una señal en el sentido de que la gloria de Dios se había hecho asequible, de tal modo que se pudiera decir claramente: Éste es el verdadero Señor del mundo.Nada de eso.

En este sentido, el signo es al mismo tiempo tamibén un no signo: el verdadero signo es la pobreza de Dios. Pero para los pastores que habían visto el resplandor de Dios sobre sus campos, esta señal es suficiente. Ellos ven desde dentro. esto es lo que ven; lo que que el ángel ha dicho es verdad. Así, los pastores vuelven con alegría. Dan gloria y alaban a Dios por lo que han visto y oído.»

Benedicto XVI, La infancia de Jesús

Los pastores

Los pastores vivieron más de cerca el acontecimiento, no sólo exteriormente, sino también interiormente; más que los ciudadanos, que dormían tranquilamente. Y tampoco estaban lejos del que se hace niño. Esto concuerda con el hecho de que formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a los que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios. Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general; los predilectos del amor de Dios»

Benedicto XVI, La infancia de Jesús

El buey y la mula

En el pesebre aparecen por tanto los dos animales como una representación de la humanidad, de por sí desprovista de entendimiento, pero que ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la pobreza de este nacimiento, recibe la epifanía, que ahora enseña a todos a ver. Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno»

Benedicto XVI, La infancia de Jesús

 

buey y mula

Te diré mi amor, Rey mío. Navidad 2012

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Te diré mi amor, Rey mío,
en la quietud de la tarde,
cuando se cierran los ojos
y los corazones se abren.

Te diré mi amor, Rey mío,
con una mirada suave,
te lo diré contemplando
tu cuerpo que en pajas yace.

Te diré mi amor, Rey mío,
adorándote en la carne,
te lo diré con mis besos,
quizás con gotas de sangre.

Te diré mi amor, Rey mío,
con los hombres y los ángeles,
con el aliento del cielo
que espiran los animales.

Te diré mi amor, Rey mío,
con el amor de tu Madre,
con los labios de tu Esposa
y con la fe de tus mártires.

Te diré mi amor, Rey mío,
¡oh Dios del amor más grande!
¡Bendito en la Trinidad,
que has venido a nuestro Valle! Amén.

 

Himno liturgia de las horas

 

Música y belleza III

Podemos entender el arte como “lugar de encuentro”, es decir, como lugar donde se puede percibir lo que inicialmente parece imperceptible. La música, de manera especial, posee esta cualidad. La intangibilidad del arte de los sonidos la convierten en metáfora viva del lenguaje del Misterio. El mismo lugar donde vibra la percepción del Misterio.»

 Oscar Valado Dominguez, La música como vía para la percpeción del Misterio, Vida Nueva n º2827

Hector Berlioz, L’enfance du Christ,   fragmento de la tercera obra  musical que Manuel García Morente escuchó la noche del 29 al 30 de abril de 1937, en la radio, en paris, y que dió lugar al «Hecho extraorninadorio» de su conversión, desde el ateísmo al sacerdocio.

Música y belleza II

En definitiva, concebimos aquí la música como expresión estética, percepción de lo bello y uno de los caminos para decir la maravilla del Misterio que se comunica y habla a través del lenguaje de la belleza artística sonora, a través de la emoción de la experiencia que mueve a la sensibilidad, a la percepción y a la aceptación del Misterio»

 Oscar Valado Dominguez, La música como vía para la percpeción del Misterio, Vida Nueva n º2827

Maurice Ravel, Pavanne pour une infante defunte,  obra que Manuel García Morente escuchó la noche del 29 al 30 de abril de 1937, en la radio, en paris, y que dió lugar al «Hecho extraorninadorio» de su conversión, desde el ateísmo al sacerdocio.

Música y belleza I

La experiencia estética es una de las pocas vías que aún le quedan al hombre y a la mujer actuales para experimentar la trascendencia comunicativa del Misterio. La música, como expresión estética, es uno de los lenguajes que poseemos hoy para comunicar con los hombres y mujeres contemporáneos, tan alejados –a veces– de la experiencia interior, tan apresurados por escapar de sí mismos y tan abocados al exterior.»

Oscar Valado Dominguez, La música como vía para la percpeción del Misterio, Vida Nueva n º2827

César Frank, Sinfonía en Re menor, Finale, Allegro non troppo, es el primer fragmento musical que Manuel García Morente escuchó la noche del 29 al 30 de abril de 1937, en la radio, en paris, y que dió lugar al «Hecho extraorninadorio» de su conversión, desde el ateísmo al sacerdocio.