Silencio ante Dios

Nunca haré ruido cuando tú quieras estar silencioso. Estaré contenta como tu mejor niña- nadie me verá sino tú- que es bastante- ya no querré nada más”

Emily Dickinson escribe esta frase, en una carta dirigida a su maestro.

Yo se la digo, como oración, al mío.

Acepto el silencio, Tu silencio. Acepto no hacer ruido, vivir calladamente.  Mi contento es saber, por la fe confiada, que estás presente.  Tú me ves, Tú estás conmigo. ¿Para que querer algo más, si la Gracia en mí tus ojos imprimen? ¿Qué me falta? Solo Tú bastas.

Por la fe (IV): Consagrados

Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).

Benedicto XVI, Porta fidei

Por la fe (III): apóstoles y discípulos

Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.

Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).

Benedicto XVI. Porta Fidei

Por la fe (II): María

Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

Benedicto XVI, Porta Fidei

Por la fe. Jesucristo.

Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Benedicto XVI, Porta Fidei.

Tercer grado de humildad. Oblación. Ejercicios San Ignacio III

Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial,

que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado. San Ignacio, Ejercicios Espirituales, [98]

Repetir esta oración: yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada. Y así hacerme uno en Cristo Jesús.

Dignidad

Cuando vemos vidas tiradas a la basura, en los portales de nuestras calles, en los basureros de las esquinas, en el vacío de las drogas y la prostitución, la soledad de los casinos, de gentes que no saben tomar decisiones para su bien, a veces el dolor por estos sufrimientos nos lleva a pensar que quizás deberíamos de tomar nosotros las decisiones por ellos

Respetar la dignidad de la persona es afirmar que se el hombre es libre de equivocarse, incluso hasta el límite de perderse en los infiernos de este mundo. Misericordia para perdonar y amor para enseñar otras salidas, pero sin olvidar que la dignidad de la persona pasa por ser responsable de su vida

Ojalá sepamos reconocer nuestras tentaciones de solucionarle la vida a los demás, nuestros miedos al fracaso, a las malas decisiones nuestras y de los demás. Te pedimos señor más misericordia y más amor para respetar la dignidad de las personas y ofrecer salidas a caminos de luz y esperanza

Contemplación para alcanzar amor. Ejercicios San Ignacio II

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. San Ignacio, Ejercicios [234]

BUena oración para ofrecerse a Dios, para reconocer que todo lo recibimos de él, para reconocer- y pedir- lo más esencial: su amor y gracia.

Consolacion sin causa aparente. Ejercicios de San Ignacio I

sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad. Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o conoscimiento de algún obiecto, por el qual venga la tal consolación mediante sus actos de entendimiento y voluntad (San Ignacio, Ejercicios [330]

 
Y así es esta consolación, que produce en el alma tanto bien, tanta paz, tanto amor a Dios nuestro Señor, tanta belleza y verdad, que el que la experimenta -aunque no sepa cómo- no puede dudar que procede de aquél que es sumo bien y quiere regalar el alma con sus dones inesperados: trayéndole en amor. Para alabanza de su gloria.