«El árbol de la vida»

El árbol de la vida comienza con una cita del libro de Job:

«¿Dónde estabas tú –dice Dios− cuando puse los cimientos de la tierra mientras los astros de la mañana cantaban a coro y aclamaban todos los hijos de Dios?»

 

No es un adorno bonito, para darle un toque misterioso a la película. Esta cita, como trataré de demostrar, y todo el libro de Job, es la clave interpretativa de la película, sin la cual puede parecer a muchos una extravagancia y a algunos una maravilla estética o poema cinematográfico, sin más pretensiones que saciar de placer los sentidos, aunque en realidad la estética esté puesta al servicio de la historia que Malick quiere contar, la antiquísima historia de amistad/enemistad del hombre con Dios. El árbol de la vida es un ensayo hecho de palabras e imágenes.

Si quieres seguir leyendo…

Job es un hombre que lo perdió todo en un suspiro. Sus ganados, sus riquezas y sus hijos; todos sus bienes desaparecen y por si no tenía poco le sobreviene una grave enfermedad (Job, capítulos 1 y 2). Pasa de ser rico y feliz a ser un auténtico desgraciado. Lo tiene todo para maldecir a Dios y mandarlo a paseo, pero no lo hace. A cambio, sin miedos y sin tapujos, se enfrentará con él pidiéndole una explicación. La pregunta de Job es “¿por qué?” “¿Qué sentido tiene la vida si de un plumazo puede venirse todo a pique? ¿Para qué vivir; para qué vivimos?”. Job, después de tres días de silencio, explota con un grito desesperado: «¡Muera el día que nací! Que se apodere de esa noche la oscuridad, que no se sume a los días del año. ¿Por qué al salir del vientre no morí? ¿Por qué dio a luz a un desgraciado?» (Job 3, 1.6.11.20).

El libro de Job es un drama, el drama mismo de la vida cuando se la vive en toda su pasión y desgarro; una vida vivida de cara a Dios.

Job era un hombre religioso a quien le habían enseñado a cumplir la ley de Dios porque quien así actúa recibe la bendición del Señor. Al hombre justo le ha de ir bien en la vida, decía la antigua sabiduría, «el justo crecerá como una palmera y en la vejez seguirá dando fruto» (Salmo 91), «el que teme al Señor y sigue sus caminos será feliz» (Sal 128). Pues bien, Job se encuentra con que sus esfuerzos han sido en vano. Dios no protege el camino de los justos. Todos, buenos y malos, vivimos amenazados por el peso implacable de la desgracia. ¿Dónde está esa supuesta justicia de Dios? Entonces Job se atreve a hacer lo que ningún otro personaje de la Biblia osará: denuncia a Dios ante el invisible tribunal de la justicia. Esa justicia que supuestamente ha instaurado Dios en su creación es quien le acusa a Él, su hacedor.

¿Quién no ha echado en cara a Dios alguna desgracia? Hasta los no creyentes, secretamente, se preguntan “¿por qué?”, y lanzan su interrogante al Cielo o al Universo, suponiendo que este tiene alguna lógica, alguna Mente o Logos que lo rige.

Job representa a todo hombre y cada uno de nosotros.

Dios aceptará el reto, se sienta en el banquillo y permanecerá en silencio durante la mayor parte del libro mientras sobre él pesa la acusación. “Lo divino acepta ser desairado, olvidado –dice la madre al inicio de la película−, no agrada. Acepta los insultos y las heridas”.

La madre de Jack comienza su historia del mismo modo que Job: «el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!» (Job 1, 21). Inmediatamente después de decir “Nos enseñaron que nadie que amara el camino de lo divino acabaría mal. Yo te seré fiel, no importa lo que me suceda” recibe la carta que anuncia la muerte del hijo y una única palabra pronuncian sus labios: “¡Dios!”. Es como si Dios, al igual que en el libro de Job, quisiera probar si eso que ha dicho, esa promesa de fidelidad, es verdadera y sincera: “no importa lo que me suceda”.

Junto a Job se sientan tres amigos, vienen a consolarle pero, en vez de callar ante el enigma del dolor, los tres invocan esa sabiduría antigua, la explicación clásica al sufrimiento: “castigo de Dios; algo mal habrás hecho”. Quizás esta sea la versión más radical de esta forma de pensar sobre Dios, pero hay otra más popular y comprensible: Dios corrige y educa a través del sufrimiento. Como dice el personaje de otra película: “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos” (Tierras de penumbra). Y así le responden los amigos que debían consolar al inconsolable Job: “¡Oh sí, feliz el hombre a quien corrige Dios! ¡No desprecies pues la lección del Señor! Pues él es el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y luego cura con su mano.” (Job 5, 17-18).

Malick pone en boca de los “amigos” de la familia, de aquellos que en el funeral se acercan a dar consuelo a los sres O’Brien, la versión más agridulce de esta sabiduría clásica: “Ahora está (tu hijo) en las manos de Dios. Siempre te quedarán sus recuerdos. La vida continúa, las personas pasan, te quedan los otros dos (hijos). El Señor nos los da y el Señor nos lo arrebata. Dios es así, envía moscas a las heridas que él debería curar”. El auténtico representante de esta sabiduría tradicional, de la religión que comercia con Dios, de la antigua y actual teología de la retribución es el padre de Jack:  “No he faltado ni un solo día al trabajo, doy dinero a la iglesia…” ¿ Y con esto me pagas ─podemos imaginar que piensa─? ¿Quitándome el trabajo, trasladándome a otra ciudad, dejándolo todo…? Es la reacción del padre cuando, al final de la película, abandonan la casa y la ciudad. En él se vislumbran, a lo largo de toda la narración, una religiosidad y una imagen de Dios: la de los amigos de Job.

 

Pero no hay nada ni nadie que dé consuelo ni que acalle la pregunta: “¿Qué has ganado con que mi hijo muera?” Es decir, ¿qué sentido tiene una vida que va orientada hacia la muerte; que, por no saber, no conoce ni el día ni la hora?

La muerte del hijo y hermano enciende el interrogante sobre el sentido de la vida y, a partir de aquí, la película se convierte en una meditación sobre la existencia. Jack, en el aniversario de la muerte de su hermano, contempla su vida y ve como ha dejado que pasara sin sentido. Las imágenes de los rascacielos, el silencio entre él y su pareja, el trabajo… Malick ha querido representar la frialdad, el tedio y el sinsentido de algunas vidas aparentemente realizadas. A Jack el recuerdo del hermano y de la madre van a abrirle la puerta que custodia el auténtico secreto de la vida: la puerta estrecha.

 

A partir de este momento se entrelazan en la película dos diálogos compuestos sobre todo de preguntas. El diálogo de Jack y el de su madre. Ambos dirigen cada una de sus preguntas a Dios. “¿Cómo te perdí? −dice Jack−; me extravié”. El camino de Jack es el camino de regreso a casa, un camino en el que deberá atravesar un inmenso desierto. La misma pregunta sobre el sentido de la vida la formulan tanto el hombre extraviado que es Jack como la mujer fiel (su madre) que ha seguido el camino recto y a pesar de ello no se ha librado de la desgracia. “¿Qué somos para ti? ¡Contéstame!”

Del mismo modo que Dios contestó a Job, («entonces el Señor contestó a Job», Job 38, 1), también en la película contesta mostrando la inmensidad de la naturaleza y la sabiduría con que fue formada. Corre el minuto 22 de la película cuando Dios empieza a contestar: «¿Dónde estabas tú cuando puse los cimientos de la tierra?» (38, 4). En la Biblia, Dios contesta con palabras, en la película podemos asistir a una maravillosa secuencia de imágenes que pretenden recorrer todos los rincones del universo y su historia. Imágenes del espacio y del interior incandescente de la tierra; de células y de enormes dinosaurios. Es la representación cinematográfica de la respuesta bíblica de Dios a Job:

 

«¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno? ¿Quién ha abierto un canal al aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para que llueva en las tierras despobladas, en la estepa que no habita el hombre? ¿Puedes tú sacar las constelaciones a su hora o guiar a la Osa con sus hijos? ¿Le das al caballo su brío, le vistes el cuello de crines? ¿Enseñas tú a volar al halcón, a desplegar sus alas hacia el sur? Mira al hipopótamo que yo he creado igual que a ti; sus huesos son tubos de bronce, su osamenta barras de hierro. Es la obra maestra de Dios. Cuanto hay bajo el cielo es mío» (Job 38-41).

 

Junto al nacimiento del mundo asistimos a otro nacimiento, quizás invisible, imposible de detectar a partir del registro fósil: el nacimiento de la compasión en el instante en que aquel dinosaurio le perdona la vida a su presa. «Vio Dios que todo era bueno».

Y al sexto día Dios crea al hombre: es el momento en que nace Jack. La historia del mundo se renueva cada vez que nace un nuevo ser humano. Con cada hombre da comienzo un diálogo único y nuevo con Dios, una historia nueva de creación, pecado y redención: una lucha bajo “el estandarte de Cristo contra el pecado, el mundo y el demonio”, así dice el sacerdote que bautiza a Jack, quien años más tarde, recordando esa escena, se pregunta “¿cuándo tocaste mi corazón por primera vez?”

Jack vivirá el drama de todo hombre, del hombre en general. El drama de Adán y de Caín. Cuenta la Biblia que Dios paseaba con Adán por el jardín de Edén mientras conversaban. Así fue creado el hombre, como amigo de Dios, capaz de dialogar con él. Pero el hombre rompe la amistad y le vuelve la espalda a Dios e incluso le niega la palabra. Comienza entonces la obra de la redención. Dios sale en busca de su hijo perdido. “¿Cómo llegaste a mí, bajo qué forma, con qué disfraz?” (pregunta Jack a Dios). Dios llegará a Jack  con el disfraz del hermano muerto y de la madre buena. “Hermano, madre. Fueron ellos quienes me guiaron hasta tu puerta”.  “Me hablabas a través de ella”. Todos hemos vivido en cierto modo el origen del pecado en nosotros después de haber sido creados, y todos tenemos necesidad de volver a la casa del Padre.

La historia biográfica de Jack comienza con el enigma, el misterio que atrae la atención del niño y lo sobrecoge y fascina: el desván con el tragaluz. Inmediatamente después el padre le está trazando su primer límite, la primera norma: “no cruces esta línea…”. Búsqueda, enigma y límites. Una buena síntesis de la existencia.

A través de su madre descubrirá la compasión, sabrá muy pronto que nadie somos inmunes ante la miseria y la desgracia… Y también irá descubriendo el gran enigma del mal que salpica de la misma forma a su padre y a él. Jack dirá a su padre al final de la película: “soy tan malo como tú”.

Hay una escena en la que toda la familia está en misa. Habla el sacerdote, está comentando el libro de Job, y dice:

 

“Job creía que su comportamiento íntegro le protegería de la desgracia. Pero no, la desgracia recae también sobre los justos. Nos desvanecemos como una nube, nos marchitamos como la yerba en otoño y como un árbol nos arrancan de raíz (en este instante la cámara enfoca al hermano de Jack, el que morirá más tarde). ¿Existe algún fraude en el esquema del universo? ¿No existe nada que sea imperecedero (la cámara comienza a enfocar al Cristo, coronado de espinas, de la vidriera. Ahí está la respuesta), nada que no se destruya? Debemos encontrar algo que sea más grande que la fortuna o el destino. Nadie sabe cuándo el dolor visitará vuestra casa como tampoco Job lo sabía. ¿No creéis que también ve a Dios aquel que nota que el Sumo Hacedor le da la espalda?”

 

Como contraste, el padre de Jack, al salir de misa, señala a un ricachón y dice: “hay quienes sin merecerlo pasan hambre y mueren, hay quien es amado y nunca corresponde; si queréis triunfar no podéis ser demasiado honrados”. La afirmación de fondo es que Dios no es justo, por eso el mundo tampoco lo es.  Dios es responsable del mal de este mundo porque así lo ha creado.

La sabiduría judeo-cristiana dice otra cosa: Dios lo hizo todo bien, es el hombre quien en última instancia introduce el mal en el mundo. La infancia de Jack está narrada como una progresiva pérdida de la inocencia hasta el momento en que rompe el cristal de la ventana con sus amigos, más tarde entra en casa de una mujer y hiere por último a su hermano. Es la espiral de mal narrada en los primeros capítulos de la Biblia y proyectada sobre la vida de un niño. “Hay cosas que se deben aprender, ¿cómo podemos saber nada hasta que no lo vemos?” ─dice Jack─. “Dicen que no pruebes las cosas y ellos lo hacen ─se oye a uno de sus amigos─ ¿De qué tienes miedo?” Como a Eva en el paraíso, el diablo tienta a Jack. Y Jack caerá. Entonces querrá desaparecer (Adán y Eva se escondieron). La madre le observa y él no quiere ni levantar la mirada. “No puedo hablar contigo. No me mires”, le dice a Dios. Jack se ha extraviado definitivamente. Ha dejado que la semilla de mal entre en su corazón y por eso la mirada de Dios, que es el Bien supremo, se le hace insoportable. “No me mires”. “No haré nada de lo que tú me digas ─Jack a su madre─, haré lo que yo quiera”. Una vez fuera del alcance de Dios, todo es posible, hasta disparar la escopeta cuando su hermano, que se fiaba de él, pone el dedo en el cañón.

¿Cómo podrá detenerse esta espiral? ¿Hay solución? ¿Puede vencerse el mal? Sí, con el perdón. Pero el perdón a veces llega tarde. El Padre se acuerda de aquella vez en que riñó a su hijo cuando tocaba el piano, pero ya es tarde… “¿Cómo puedo volver a ser como ellos?” ─se pregunta Jack─ ¿Cómo es posible el retorno a la inocencia original?

Jack está con su hermano herido junto a la ventana y entonces dice: “Perdona, eres mi hermano”. Con el perdón se renueva todo, el perdón del hermano es como si le devolviera a la inocencia primera.

«Pedir perdón es algo que se hace sin idea de aquello que puede sobrevenir si el perdón se nos concede. Parece que pedir perdón es sólo dirigirse a nuestra víctima para lograr la seguridad de que olvide el daño recibido y, así, no nos amenace con su sola presencia. Como si la petición de perdón pudiera ser la antesala del asesinato.

Pero si se recibe plenamente el perdón, es decir, si sobreviene el acontecimiento del amor real del otro por mí, entonces se manifiesta que en la petición de perdón había un germen secreto de eternidad.

Cuando el amor de perdón nos alcanza, nuestro pasado cambia, o sea, lo imposible se hace realidad. Hay una segunda oportunidad, hay una repetición, como gustaba de decir Kierkegaard. Y si el pasado no está escrito en letras imborrables, el futuro se abre en una perspectiva jamás sospechada que desborda infinitamente hasta el más loco de nuestros deseos de bien. El presente del perdonado, del amado, queda suspendido en una realidad tan densa que sólo puede llamarse eternidad».

(M. Gª-Baró)

 

Jack se da cuenta años más tarde: “¿Qué es lo que me enseñaste? Entonces no sabía cómo llamarte, ahora veo que eras tú. Siempre estabas llamándome.” («Te conocía solo de oídas dirá Job, ahora te han visto mis ojos; por eso me arrepiento…» Job 42, 5). Jack ha despertado, se ha dado cuenta con Job. Aquella imagen cruel que tenían de Dios ha desaparecido. Ya están en camino de emprender el regreso a casa. A la historia de Job se le añade, a partir de aquí, un epílogo. «Después, el Señor cambió la suerte de Job, porque él había intercedido en favor de sus amigos, y duplicó todo lo que Job tenía» (Job 42, 10). Y Malick, después de hacer que jack atraviese la puerta estrecha, nos muestra como en una visión ese epílogo.

Vuelve la escena al día del aniversario del hermano de Jack: rascacielos, New York y aparece la puerta estrecha, que Jack ha de que atravesar. “Vela por nosotros, guíanos, hasta el fin de los tiempos”. Suena la música: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi”. Jack sigue al niño que era. La escalera, el cielo, la mano que sale de lo hondo de la fosa, la puerta, los sudarios, la esposa y el vado sobre las aguas caudalosas del inmenso mar («un fuerte viento separó las aguas…» Ex 14, 21) y sobre él, caminando, la humanidad que atraviesa a pie enjuto el rojo mar de la existencia. Son todos símbolos bíblicos de muerte y vida, de encuentro definitivo, de final de los tiempos, de paso a la otra orilla.

«Aquel día, el Señor alzará otra vez su mano para rescatar al resto de su pueblo,
a los que hayan quedado de Asiria y de Egipto, de Patrós, de Cus, de Elám, de Senaar,
de Jamat y de las costas del mar. El Señor secará el golfo del mar de Egipto y agitará su mano contra el Río: con su soplo abrasador, lo dividirá en siete brazos, y hará que se lo pueda pasar en sandalias. Habrá un camino para el resto de su pueblo,
para lo que haya quedado de Asiria, como lo hubo para Israel cuando subió del país de Egipto». (Isaías 11, 11. 15-16).

 

«Después el Ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero, en medio de la plaza de la Ciudad. A ambos lados del río, había árboles de vida que fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para curar a los pueblos.
Ya no habrá allí ninguna maldición (…) Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos». (Apocalipsis 22, 1-5).

 

Ahí se encuentra Jack con su madre: abrazo; con su padre, y se pasan la mano sobre el hombro; y con el hermano muerto, con quien se abraza. Reencuentro. La madre y el padre se besan. Cae una máscara al mar, se desvelan todos los velos, pasa la apariencia de este mundo…

 

Después de tal visión, la del cielo, la madre y Jack, ambos, pueden dejar marchar al hijo y hermano. Ahora que han visto sus ojos, y su mente ha comprendido, pueden dejar al hijo irse en paz «porque mis ojos han visto la salvación». “Te lo entrego a ti, te entrego a mi hijo” mientras suena el amén y un ángel, una desconocida figura femenina, junto a la madre, le consuela en su ofrenda: « Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. (Lc 22, 42-43). AMÉN, AMÉN. Jack, por fin, sonríe.

 

 

PD: Terrence Malick también era el mayor de tres hermanos. Uno de ellos se suicidó con 19 años, la misma edad en la que muere el hermano mediano de la película, al ver que no progresaba su carrera como guitarrista. El niño que muere en la cinta también tocaba la guitarra.

 

12 comentarios en ««El árbol de la vida»»

  1. Hola me encantan todos los comentarios con que dan la bienvenida, pido a Dios y la santisima virgen Maria que hayan muchos sacerdotes,religiosas laicos santos para que evangelicen y llenen al mundo de felicidad, es decir de amor porque el que encuentra a Dios encuentra todo ya no necesita nada mas

    Gracias

  2. Difiero de la interpreación de los amigos de Job, descrita arriba, la biblia dice que al verle se sentaron junto a él, durante 7 días y 7 noches. Y ninguno dijo una palabra porque veían que el dolor era muy grande…

  3. Vaya, que maravilla ha de ser ver las cosas con tus ojos.

    Me encanto todo lo que dijiste y ya me dieron ganas de ver la pelicula de nuevo. Por cierto, mi escena favorita es la del dinosaurio mostrando misericordia.

    Mil gracias.

  4. Bellisima reseña sobre la pelicula, me reconforto esta mañana, no puedo dejar de pensar en esta pelicula,de nuestras tinieblas, de nuestra caida, y de la misericordia eterna. Gracias por aportar tu luz

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