El canto de la dulce filomena

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

El aspirar del aire
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire

La intertextualidad literaria islámica, en cambio, nos permite comprender que los símiles sanjuanísticos están más concatenados de lo que parecería a primera vista. Annemarie Schimmel comenta los versos en los que Rumi alude al aire primaveral que orea el jardín de su alma. El ruiseñor canta y su canto sin palabras hace bailar de júbilo el bosque, porque ha quedado invitado a unirse a la danza cósmica en celebración de Dios:

«La creación se percibe como una gran danza en la cual la naturaleza […] escuchó el llamado divino y acudió de súbito a la inexistencia en medio de una danza extática […] Los árboles, las flores, los jardines que han llegado danzando a la existencia, continúan su danza […], tocados por la brisa primaveral mientras escuchan las melodías del ruiseñor.

Las ramas comienzan a bailar […], las hojas baten sus manos como trovadores, [y] el ruiseñor regresa de su viaje y convoca a todos los habitantes del jardín a unírsele en la sama para celebrar la primavera […] Las hojas, vestidas de verde como huríes, bailan felizmente en la tumba de enero […] Solamente las ramas secas no se agitan con esta brisa y con este son maravilloso y son comparables a los corazones secos de los eruditos y de los filósofos.»

Luce López-Baralt

dulce filomena

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