La sed sedienta. Reconstruir flechas. Un regalo insólito.

Sahagún-Reliegos
16ª etapa

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.

Hoy comenzamos el camino una hora antes. A las cinco de la madrugada todas las estrellas en el cielo, toda la oscuridad en la tierra. No hay ángeles que digan: Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres que Dios ama.

Queremos hacer una marcha de casi treinta kilómetros y, siempre amenazante, el calor. Nos hemos puesto al retortero de siete varones atléticos, un pequeña legión romana. Caminan a muy buen ritmo, van bien pertrechados, se les ve preparados, hacen del camino un ejercicio físico. Llevan varias linternas .Cuando salió la luz les dejamos continuar a su ritmo, más veloz. Llegaremos al mismo tiempo a Reliegos.

Salieron de Sahagún, un tanto legionarios, contando chistes. Violaban lo sagrado de la noche espléndida, del silencio ensordecedor. Seguirles nos ha ayudado a continuar el camino, a orientarnos, nos ha dado luz. Y ruido.

En varios cruces nos hemos despistado. En uno he esperado a Beltrán. En otro nos han respondido a las llamadas de auxilio con haces de luz. Principio de etapa en oscuridad, con solidaridad. En un momento dado me he parado a reconstruir una flecha de piedras, pues en otra encrucijada se prestaba a equívocos y la gente se iba por otro lado.

Reconstruir flechas, restaurar direcciones, señalar. Juan el Bautista. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. La dinámica es clara.

Teníamos miedo al calor y el calor ha hecho bravo el miedo. Etapa aridísima, de calora apocalíptico Desde Burgo Ranero hasta Reliegos no hay palabras para describir la planicie eterna sin horizontes, tan solo paja y tierra. Mucho más que ayer, un continuum. El camino recto, con árboles raquíticos, penachos de hojas a medio secar. Si no secan, con el paso del tiempo, este sendero será una sombra. Hoy por hoy es un desierto. Con alguien que ha plantado futuro. Y gente que trata de que el presente no lo ahogue. Pasa un camión cisterna, en medio de esta nada, regando cada árbol. Pura poesía.

A partir de las once un infierno de calor. Paramos varias veces para tratar de exprimir la más mínima sombra. Seguir andando, andando, andando. La mente en blanco, blanca de sol y luz. Absorbida por el camino de polvo. En el corazón una atmósfera de oración, con tu nombre que se hace esparto en la boca.

Nunca llegaba el pueblo. Tenía que estar al doblar, y no estaba. Tenía que estar más allá, y no estaba. Al final, como siempre, apareció. Uno se mueve sabiendo que llegará, aunque no sabe cómo, ni cuándo. Siempre está. Como tú.

Llegamos al refugio, asediado por el fuego, y recibimos un bienvenidos y un vaso de agua fresca: dar de beber al sediento, dar posada al peregrino. Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis. Puro evangelio, que refresca, en medio de un calor de juicio final.

El pueblo no tiene nada más que calor. El refugio es un horno de calma chicha y condensada. En la tienda compramos para una ensalada, pan y vino para el banquete…

Celebramos en lo alto del pueblo, en la zona de las bodegas, en medio de un algo carcomido por el tiempo. Ofrecemos la eucaristía por la paz en el país vasco: ayer mataron a uno, hoy a otro. Una irracionalidad. Tú nos das tu vida entregada. Para que construyamos la paz.

Un regalo insólito: primeras ampollas. Después de 16 días caminando. Fruto del calor. Cuando uno creía controlar, brotan ascuas en los pies. Pongo mis pies en tus manos. Dame fidelidad al camino, que eres tú.

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