Masificados. Amados por Dios. Nuevas tentaciones

Viduedo-Barbadelo
24ª etapa

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.

Escribo en los tablones, que me imagino centenarios, de una casa, probablemente fue la casa cural, luego dirán que del sacristán, junto a la iglesia de Barbadelo. El olor a vaca, la paja que fermenta y que está en balas bajo nuestras narices, dentro de la casa, las inevitables golosas, que me comen a estas horas todas las tardes, ayer en sábanas, hoy en el suelo.

Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios. Y a los que desde el principio destinó, también los llamó, a los que llamó los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación les comunicó su gloria.

¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas?

¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?

Así es, Señor. Cuánta verdad.

Castaños y robles centenarios, que abrazo con la mirada.

Hemos llegado a Barbadelo, mucho más que una pequeña aldea somñolienta, a la hora de comer. En el albergue solo nos ofrecen el suelo junto a los lavabos. Quedan cinco plazas. Imposible extender las esterillas, pues el pasillo es estrecho. El panorama no podía ser más desolador, aunque lo he aceptado tal y como es, es la realidad, es lo que hay, no quiero hacerme un mundo, ni rumiarlo excesivamente. Lo acepto pero busco también otra solución, ahí está el equilibrio, aceptación de entrada, y manos a la obra.

En un caserón inmenso, junto a la Iglesia de Santiago, románica, con un pórtico lleno de símbolos, en la clave creo que está la resurrección, una familia nos acoge a dieciséis peregrinos. Un cierto misterio gallego, pues no quieren que en el pueblo, tan mínimo, se sepa. Os acogemos no por dinero, sino porque sois peregrinos. Pero lógico es que nos paguéis algo por los gastos y las molestias: aceptamos la voluntad.

La entrada a la casa de piedra; el zaguán oscuro y fresco; el perro, el heno, la escalera de madera que trastablillea, el crujir, la suciedad, los miles de bichos diminutos que corretean por el suelo, como motas de polvo animadas, me trasladan a una realidad de peregrino casi medieval.

Agradecer al matrimonio que nos da techo y cobijo, posibilidad de ducha, y espacio para lavar la ropa en una laja de piedra, en un pilón con tanta suciedad como jabón. Agradecer la mediación de tu don.

Calcula el paisano, por lo bajo, que en estas fechas están pasando unos mil peregrinos diarios. Cada año más. ¿Qué mueve a los romeros a Santiago? Dicen que la señora del bar sirvió ayer más de doscientas comidas. Estamos desbordados, dicen. Todo se anda en decires.

Me temo mucho que la masificación va a ser el pan nuestro de cada día hasta Compostela.

Me brotan nuevas tentaciones: el considerarme superior por se un peregrino que viene desde más lejos; el preocuparme por si mañana dormiremos ¿dónde? pues la masificación todo lo alcanza; el desprecio a otros peregrinos más bullangueros, más turistas, como si ellos no fueran hijos tuyos.

Celebramos la eucaristía, a la que se añaden algunos peregrinos, en la joya del románico gallego escondida en esta aldea. Una vez más en ti encuentro reposo y sosiego. Vienes a mí. Me introduces en tu camino y en tu vida. Gracias, Señor.

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