Meditación

Cuanta más confianza tenga un ser humano en otro, mejor podrá amarle; cuanto más se entregue el creador a su obra, esta más le corresponderá. El amor –como el arte o la meditación– es pura confianza. Y práctica, claro, porque también la confianza se ejercita.

La meditación es una disciplina para acrecentar la confianza. Uno se sienta y, ¿qué hace? Confía. La meditación es una práctica de la espera. Pero ¿qué se espera? Nada y todo. Si se esperara algo, esa espera no tendría valor, pues estaría alentada por el deseo de algo de lo que se carece. Por ser no utilitaria, esa espera se convierte en algo genuinamente espiritual.

Todos sabemos lo incómodas que suelen ser las esperas. Como arte de la espera que es, la meditación suele ser muy aburrida. ¡Pues qué fe tan grande hay que tener para sentarse en silencio y quietud! Exacto: todo es cuestión de fe.

Si tienes fe en sentarte a meditar, tanta más fe tendrás cuanto más te sientes con este fin. De modo que podría decir que yo medito para tener fe en la meditación. Al estar aparentemente inactivo, cuando estoy sentado comprendo mejor que el mundo no depende de mí, y que las cosas son como son con independencia de mi intervención. Ver esto es muy sano: coloca al ser humano en una posición más humilde, le descentra, le ofrece un espejo de su medida.

Cuanto más te sientas a meditar, más te quieres sentar y mayor es tu confianza. He llegado a pensar que para el hombre lo más natural es precisamente hacer meditación.»

Pablo D’Ors en Vida Nueva nº 2817

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