Según Simone Weil, el sentimiento de lo bello, aunque esté mutilado, deformado o manchado, sobrevive en el corazón humano como un estímulo muy potente. Está presente en todas las preocupaciones de la vida ordinaria. Esta inclinación natural del ser humano a amar la belleza es la vía habitual que Dios utiliza para abrir el interior del individuo a la experiencia religiosa.
Weil cree que en todo lo que provoca una auténtica y pura sensación de belleza hay una presencia real de Dios. Hasta el punto que llega a afirmar que “hay como una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuya marca es la belleza»