Tu presencia

Qué quieto está ahora el mundo. Y tú, Dios mío,
qué cerca estás. Podría hasta tocarte.
Y hasta reconocerte en cualquier parte
de la tierra. Podría decir: río,
y nombrar a tu sangre. En el vacío
de esta tarde, decir: Dios, y encontrarte
en esas nubes. ¡Oh, Señor, hablarte,
y responderme Tú en el verso mío!
Porque estás tan en todo, y yo lo siento,
que, más que nunca, en la quietud del día
se evidencian tus manos y tu acento.
Diría muerte, ahora, y no se oiría
mi voz. Eternidad, repetiría
la antigua y musical lengua del viento.

José García Nieto

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Vida eterna

El maestro Eckhart escribe: Percibo algo en mi que brilla en mi espíritu; me doy cuenta que es algo, pero qué es no lo puedo entender; aunque me parece que si pudiera captarlo, comprendería toda la verdad»

Entonces le dijo otra autoridad: «Anda, persíguelo. Porque si lo puedieras captar, tendrías la esencia de toda bondad y la vida eterna».

También hablaba en este sentido San Agustín al decir: «Percibo algo en mí que brilla y resplandece en mi alma; si llegara a su plenitud y a ser constante, sería la vida eterna.»

 

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Abre tu casa a Cristo

Abre tu casa donde Cristo encuentre alojamiento. Di: «Esta es la habitación de Cristo. Esta es la mansión que le está reservada». Aunque sea muy sencilla, no la va a desdeñar. Cristo está desnudo, extranjero. No le hace falta más que un techo. Por lo menos, dale esto; no seas cruel e inhumano. Tú, que muestras tanto deseo por los bienes materiales, no te quedes frío ante las riquezas del espíritu… Para tu coche tienes un local, ¿y no tendrás ninguno para Cristo vagabundo? Abraham recibió a los huéspedes allí donde él vivía (Génesis 18). Su mujer les trató como si fuera la sirvienta, y ellos, los amos. Ni el uno ni la otra sabían que recibían a Cristo, que acogían a ángeles. Si lo hubieran sabido, se hubieran despojado de todo. Nosotros, que sabemos reconocer a Cristo, mostremos aún más prisa que ellos que creían recibir sólo a unos hombres.

San Juan Crisóstomo.

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Pregunta

Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.

Si quieres saber cómo se realizan estas cosas pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos.

San Buenaventura

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Llegada

Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbra a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza.
San Ambrosio

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Llena de Gracia

-Miriàm, ¿sabes lo que es la gracia?

-No con precisión, contesté.

-No es una andadura atrayente, no es el porte elevado de algunas de nuestras mujeres más destacadas. Es la fuerza sobrehumana de afrontar el mundo solos sin esfuerzo, retarlo a duelo por entero sin despeinarnos tan siquiera. No es femenino, es una dote de profetas. Es un don y tú lo has recibido. Quien lo posee está emancipado de todo temor. Lo vi en ti la noche del encuentro y desde entonces lo llevas encima. Tú eres llena de gracia. A tu alrededor hay una barrera de gracia, una fortaleza. Tú la esparces, Miriàm, incluso sobre mí.

Eran de las palabras que se merecen abrazos. Permanecimos tumbados sin caricia alguna. Lo pensé un poco y contesté en broma.

-Tú estás enamorado perdido, Iosef.

En el nombre de la madre, Erri de Luca.

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Anhelo

si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.

Ignacio de Antioquía

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El burro

El burro de mi abuelo no tenía nombre. Todos lo llamábamos simplemente “el burro”. ¿Has llevado el burro al bebedero? Voy a echar de comer al burro. Saca el burro a la dula. Me llevo el burro a la pieza… Y así sucesivamente. El burro de mi abuelo Alejandro era mediano de estatura, ni grande ni chico, su piel, de color rucio claro, era fina y caliente.

Abel Hernández, El canto del cuco

'El canto del cuco' Abel Hernández