NICODEMO I

«Nunca insistiré lo suficiente en la importancia de orar ante una imagen, y ello aunque se rece con los ojos cerrados. Gracias a las imágenes, el creyente no se olvida de que está en oración, es decir, en escucha y coloquio con el Señor». Pablo D’Ors en El Olvido de sí.

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Contemplas una versión original de “el corazón de Jesús” elaborada por las Hermanas de Belén y de la Asunción de la Virgen.

El buen arte religioso se hace en oración, es una forma de oración, y su destino es la oración, no el adorno.

Jesús en la cruz está ya muerto. Le han quitado un clavo. Nicodemo, encaramado en una escalera, ayuda a bajarlo. Con él estaba José de Arimatea, el dueño del sepulcro nuevo donde van a depositar el cuerpo del Señor. Nicodemo, cuenta el evangelio de Juan, había gastado un montón de dinero en mirra y áloe para perfumar el cuerpo sin vida de Jesús. Después lo envolvieron en una sábana y lo sepultaron. (Cf. Juan 19, 38-42).

Platero y yo III

Amistad

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre adonde quiero.

Sabe Platero que, al llegar al Pino de la Corona, me gusta acercarme a su tronco y acariciárselo, y mirar el cielo a través de su enorme y clara copa; sabe que me deleita la veredita que va, entre céspedes, a la Fuente vieja, que es para mí una fiesta ver el río desde la colina de los pinos, evocadora, con su bosquecillo alto, de parajes clásicos. Como me adormile, seguro sobre él, mi despertar se abre siempre a uno de tales amables espectáculos. Yo trato a Platero cual si fuese un niño. Si el camino se torna fragoso y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar… él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños.

Platero se me ha rendido como una adolescente apasionada.

De nada protesta. Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres.