la escucha de la llamada de la presencia requiere pasar de la superficialidad de la vida (de la pérdida de tiempo existencial, de los apegos, del divertimento insustancial) a la recuperación del centro de la persona;
de la dispersión a la unificación interior en torno al verdadero centro.
De la disipación de sí mismo en un activismo desaforado a la simplificación de la vida en torno a lo único necesario.
Se trata más bien de hacerse disponible, de hacer lugar, de ahondar en el vaciado infinito que Dios ha puesto en su interior, y ponerse a la altura de la realidad por la que el hombre es buscado”
(Juan de Dios Marín Velasco)