El juez más justo que la historia haya conocido jamás se encuentra un día con estas palabras, venidas de un asesino al que acaba de condenar:
No eres un juez sino un ignorante, pues tan solo sabe del golpe quien lo siente en carne propia y no quien lo asesta; solo aquel que ha sufrido puede medir el sufrimiento. Tu orgullo osa castigar a los culpables y tú eres el más culpable de todos, pues yo he quitado la vida en un arrebato de cólera, mientras que tú me quitas la mía a sangre fría y me aplicas una medida que tu mano no ha sopesado para descubrir su propio peso.
A partir de aquí el protagonista decidirá renunciar a su categoría y experimentar el castigo que había impuesto, empezando así un camino de redescubrimiento de la relación con el prójimo.
Leyendo este fragmento y gran parte del libro, no puedo evitar hacer un paralelismo con el fundamento del cristianismo que se expresa en la carta de Pablo a los Filipenses, un Dios que se hace hombre para poder decir algo a los hombres:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Javi Sanz ya comentó este mismo libro aquí: Los Ojos del Hermano Eterno. Sin embargo, tras leerlo yo, no puedo evitar retomarlo.
A mí me lo recomendó Javi también. Fue un verdadero regalo para mi espíritu
MUY BELLO Y ANALOGO EL PARECIDO PARECE CASI PERFECTO ES UN PASAJE TAN PROFUNDO COMO LO FUERON SUS LLAGAS EN LAS MANOS PIES Y EL PECHO SALUDOS AMIGOS.