Discernimiento Ignaciano 3. Mudar o permanecer


5ª regla: aumentar imagen

En tiempo de desolación, nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen spíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consexos no podemos tomar camino para acertar.

Sobre la forma en que la desolación trata de empujarnos cada vez más, puedes leer:
La impaciencia del corazón

Judas tiró las monedas en el Santuario. Después se retiró y fue y se ahorcó
(Mt 27, 3-10)



6ª regla: aumentar imagen

Dado que en desolación no podemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.

Sobre la necesidad de huir de la pena que te destruye puedes leer:
El sufrimiento se expande por toda el alma
Consuelo en las penas
Abre las puertas de la perfección. Escapar: Moby y Amaral

Pedro se acordó entonces de aquello que le había dicho Jesús: “Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.” Y, saliendo fuera, lloró amargamente.
(Mt 26, 69-75)


¿Cómo sueles salir tú de la desolación? ¿te animas a compartirlo?

El texto de las reglas de discernimiento está sacado del método de ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola

¿Seguir a Cristo te ha cambiado la vida?

¿De qué me sirve decirle a alguien que estoy cambiando? Si estoy cambiando, entonces ciertamente ya no soy la persona que era y, si soy algo que antes no era, entonces está claro que no tengo conocidos. Y no hay forma de que yo pueda escribir a personas extrañas, que no me conocen.

Cita de Rilke en “El Signo de Jonás” pag 280 de Thomas Merton.

El bautismo, antiguamente, suponía un cambio radical. Para Jesús fue el punto de inflexión que lo lanza al anuncio de la Buena Noticia, dejándose en manos del plan de Dios, con la posibilidad de cambiar en cada instante en función del soplo del Espíritu. Hoy ese cambio hay que hacerlo durante la vida pues al nacer es imposible percibir estas cosas.

Y bien: ¿Seguir a Cristo te ha cambiado la vida, o aun te reconocen a ti en vez de a Él?

Es muy fácil acomodarse en las seguridades, en el pasado, en una reputación. Crear mi avatar, mi personaje en el mundo y vivir desde él, y no cambiar, hacer oídos sordos al Espíritu para no perder a mis conocidos, los que esperan algo concreto de mí, los que saben cómo voy a reaccionar porque es «mi estilo» MI forma de ser. ¿Dónde queda pues la forma de Dios?

¿Quieres cambiar el mundo?

En nuestra mentalidad comercial, de niño pequeño se podría decir, estamos acostumbrados a que si algo no nos satisface, lo podemos cambiar en la tienda por otra cosa y además está en nuestros derechos. Con las cosas del mundo y la propia creación esperamos que sea así, pero Dios no nos devuelve nuestro dinero, porque nadie pagó por vivir en este mundo sino que fue un regalo.
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¿Cuántas veces has pensado en cambiar el mundo? ¿te gustaría cambiarlo?
A mí me encantaría, está en mi forma de ser, supongo, querer mejorarlo todo.

Pero, acercarse así al mundo y a las grandes organizaciones: política, religión, ideologías, valores… es del todo frustrante, pues encuentras en tu mente soluciones maravillosas a los problemas del mundo, que jamás podrás aplicar.

En esta frustración y malestar continuo, me saca de mí una idea:
Cambiar el mundo, implica que el mundo está mal, lo cual implica que Dios lo hizo mal y yo tengo un diseño mejor que el de Dios, ¡qué grande soy!.

Este razonamiento no hace otra cosa que demostrar que estoy equivocado, mi solución no puede ser mejor que la de Dios y además el mundo no necesita ser cambiado porque si lo hizo Dios ya es perfecto por definición, lo cual es bastante duro de decir conociendo el presente y pasado de la humanidad.

¿Qué hacer llegados a este punto? ¿Qué hizo Jesús?
Caigo en la cuenta de que Jesús no cambió nada del mundo, ni dijo nunca que fuera a cambiar nada: “no he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud” (Mt 5, 17-19) El Dios hecho hombre pasa por el mundo sin la más mínima intención de cambiarlo, y de hecho no lo cambia, a la vista está. Sin embargo yo me muero de agonía al ver que no soy ni seré capaz de cambiar el mundo… ¡soy tonto! Evidentemente.

Vale, Jesús no cambió el mundo, entonces ¿qué hizo? para poder hacerlo yo también.
Entre otras cosas nos hizo un «tutorial» de cómo vivir, es decir, fue nuestro tutor por unos años. Nos enseñó a amar el mundo en lugar de cambiarlo, nos enseñó cómo vivir amando, gracias al perdón.
Si no vivimos amando, estamos perdidos en la agonía de un mundo frustrante lleno de “imperfecciones” cuyo único horizonte es la muerte. Por eso podemos decir que Jesús nos trajo la salvación al enseñarnos el camino, la verdad y la vida en ese tutorial que es su persona, Dios hecho hombre para salvar al mundo. Ahora lo entiendo mejor.

Ya no quiero cambiar el mundo, ahora siento como nunca que quiero amarlo, por fin entiendo algo más las expresiones de amar la pobreza, la debilidad, la imperfección relativa, la miseria humana… Ya no se trata sólo de palabras ideales, es que no hay nada que cambiar, a parte de mi forma de estar en el mundo. O, ¿acaso si todos amásemos a los demás, como a nosotros mismos, dejaríamos morir de hambre a alguien?. Y sin embargo la pobreza no dejaría de existir, puesto que es inherente a la libertad del hombre y también a este hombre injusto le debo mi amor o estaré siendo yo injusto con mi parte del trato. «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor» (Rm. 13, 8)

No me queda otra salida, si quiero la felicidad, y disfrutar de la vida, es decir, si quiero la salvación en vida, lo único que puedo hacer es amar hasta incluso perdonar, es decir, dar lo mejor de mí, lo mejor que tenemos dentro cada uno, tal y como hizo Jesús como recordaremos dentro de unos días en el capítulo fundamental de ese tutorial de cómo ser persona, la Semana Santa, tutorial que pasa por la cruz, pero no termina en ella.