Silencio VII

Señales que ha de haber el espiritual

La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad –a lo menos discursivos, que si es ir de uno en otro—sino sólo con la atención y noticia general amorosa, sin particular inteligencia y sin entender sobre qué (2S 13,4)

San Juan de la Cruz

monje

Encontrar el silencio en la ciudad

 

Asimismo, es seguramente necesario considerar cómo también gran parte de nuestra sociedad oscila entre una contradicción en la que, mientras se aparta insatisfecha de las formas de religión tradicionales y sucumbe al materialismo consumista, busca sin embargo cauces espirituales que doten de un sentido a su existencia.


Interior de la capilla Kamppi. K2S Arkkitehtitoimisto. Helsinki, 2012
«Volver a adquirir un sentido de lo espiritual en la ciudad es una forma de resistencia contra la fragmentación de la vida, el individualismo egoísta y la ausencia de lugar posmoderna» asevera Sheldrake. En la delicada sencillez de su arquitectura, la Capilla del Silencio confirma la profunda necesidad de buscar caminos hacia el espíritu.

*Artículo publicado originalmente en Cultura/s Suplemento del Diario La Vanguardia. Barcelona  27/03/2013, Por Alicia Guerrero Yeste

Jesús, evangelio y lugares solitarios

Los lugares solitarios del evangelio son en la naturaleza, en el monte, en el desierto. También a Jesús le gustaba hacer escapadas en barca, se retiraba de la orilla para introducirse en el interior del mar y tomar distancia de la tierra,  y así estar solo.

En nuestro mundo hay muchos lugares solitarios, silenciosos o sonoros: la orilla del mar con el ritmo de sus ruidos; el silencio plateado de la nieve en invierno; el monte en primavera con los pájaros enamorándose; las riveras de los ríos en invierno ensordeciendo los oídos; la alameda en otoño, hojas que se levantan y chocan sin silencio. Y unos más frecuentes para la vida corriente de la ciudad: la mesa de trabajo con los ruidos del teclado o sin ellos, papeles anotados y en la estantería un montón de recuerdos; el parque al amanecer; la cocina con sus aromas y sabores; la calle de madrugada al ir a trabajar; la soledad del coche envuelta en los ruidos de la ciudad; y el instante de uno solo en el vagón del tren. Todos pueden ser lugares solitarios, ruidosos o no, pero lugares para que fluya el silencio en Dios guardado en el corazón.

Lugares solitarios que faciliten la actitud de retirada del mundo para llegar a la profundidad del contacto con Dios desde lo más íntimo de uno mismo, con la esperanza de que la bondad de Dios abrase el corazón.

Busquemos, como Jesús, el lugar solitario para intentar entrar en la Presencia, y así recibir vida para vivir con la libertad de Jesús practicada por  María, su madre.

Isabel Cano en su blog Orar con una Palabra