Teresa la de Jesús

Resulta muy llamativo comprobar cómo Teresa, a medida que empieza a gozar de «mercedes espirituales», lejos de endiosarse o apartarse de las realidades humanas, se humaniza más. Ciertamente, está «engolfada de Dios»; pero sus cualidades humanas, lejos de anularse o desdibujarse, se hacen más nítidas, cobran una mayor energía y atractivo. Y, a la vez, comprobamos que, cuanto más inefables o sublimes son las mercedes místicas que Teresa recibe, más patente resulta su preocupación por la vida que le rodea, por las cosas menudas y sencillas que componen su existencia cotidiana y la de sus semejantes. Aunque esté con la vista siempre clavada en el cielo, Teresa está siempre con los pies afianzados en la tierra; aunque sus desvelos sean celestiales, sus trajines son terrenos. La proximidad y amistad con Dios no la encierran en una torre de marfil, no la empujan al apartamiento o al desdén de los asuntos humanos (aunque sí, desde luego, de las pompas mundanas), sino que la incitan a remangarse y zambullirse en las corrientes de su época.

Juan Manuel de Prada

chanca 12

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