Vida consagrada

y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean, y, al mismo tiempo, buscan
como saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se  oculta
la secreta herida que los corroe.

Lucrecio, Herida oculta, trad. Luis Alberto de Cuenca

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