A pie hacia el Calvario. La amistad, don del camino. Nada te turbe

Hospital de Órbigo-Santa Catalina de Somoza
19ª Etapa

Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, padre.

Camino mal, muy mal. Me duele. De nuevo pienso que se puede terminar aquí mi camino, hasta Astorga llegué, justo de donde parte el camino que hacen tantos conocidos, en parroquias, colegios. Trato de ver símbolos donde solo hay fantasmas diurnos y traiciones, puñaladas traperas, de mi propia imaginación que se empieza a llenar de ampollas: me imagino que se me gangrena el dedo, que me tienen que cortar el pié. Ando, forzándome al máximo, y eso me hace ir cargando las pantorrillas. Entonces recuerdo haber leído que al forzar se produce la tendinitis, y ya me veo con la mayor de las tendinitis de cuantos peregrinos han sido, y caigo rodando por la pendiente de mi propia hipocondría. Pero sigo caminando.

Llegamos pronto a Astorga y allí nos separamos de Cristina e Itziar, y de Marlon, tras veinte días de caminar juntos. Abrazos y adioses. Breves. Ellos se quedan para ver las edades del hombre, tomar mantecadas y roer chocolate duro y negro.

La amistad es un don del camino. Caminar con Beltrán me da seguridad; me gusta sentir su presencia silenciosa, llena de ternura. Son muchos años y muchos caminos juntos, con sus dificultades de convivencia, con un profundo respeto, con algún que otro malestar. Nos conocemos desde jóvenes, hemos compartido muchas historias en tu nombre Señor: proyectos evangelizadores, de vida, de comunidad…ahora compartimos el camino. Procuro no atosigarle ni avasallarle. Respetar su ritmo. Al tiempo, estoy aprendiendo mucho de él. Gracias, Señor, por habérmelo puesto como compañero en el camino.

Beltrán va cantando nada te turbe nada te espante y durante varios kilómetros se ha ido adueñando esta melodía de la oración con tu nombre, y tu nombre me ha dicho venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. He puesto mi cruz junto a tu cruz, Señor, te he expuesto mi causa, y me quedo aguardando. Siguen las ampollas y su dolor.

Caminaré en presencia del señor en el país de la vida.

De Astorga a Santa Catalina de Somoza me entra la pájara, la tan temida pájara de los ciclistas cuando subían el Alp d’Huez o el Tourmalet en el Tour de France. Creo desfallecer y llego desfallecido. Pensábamos ir hasta el Ganso y en Santa Catalina le digo a B. Que ni un paso más. No puedo con mi ser. Me tumbo en la calle, con escalofríos, buscando una sombra inexistente. El albergue no lo abren hasta las tres y son las doce del mediodía.

Nos hemos ido juntando un grupo de lisiados: un chico al que tuvieron que darle dos puntos en los pies, por un problema de ampollas más resuelto ( se me abren las carnes); un matrimonio joven de Barcelona que empezó en León y hoy está al borde del abismo, una chica asturiana, delgadísima, que tiene tendinitis…y por el Camino Real siguen pasando peregrinos, más ágiles, más frescos, que seguramente llegarán hasta Rabanal. Algunos se paran y nos desean ánimo a esta cola de dolor que se va formando al margen del camino.

La herida, no la ampolla, se convierte en fuente de dolor, transverberado en poesía:

“Hay que beber a morro del dolor, como se bebe de las férreas fuentes. Bebo en las fuentes amargas y densas, con sabor a hierro y a muerte. No huyo de mi dolor, no me lo dosifico, como el suicida, precavido o la dama sin sueño. Bebo y bebo.”

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