alegrémonos

Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Reconoce, cristiano, tu dignidad (…) No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

San León Magno

Llena de Gracia

-Miriàm, ¿sabes lo que es la gracia?

-No con precisión, contesté.

-No es una andadura atrayente, no es el porte elevado de algunas de nuestras mujeres más destacadas. Es la fuerza sobrehumana de afrontar el mundo solos sin esfuerzo, retarlo a duelo por entero sin despeinarnos tan siquiera. No es femenino, es una dote de profetas. Es un don y tú lo has recibido. Quien lo posee está emancipado de todo temor. Lo vi en ti la noche del encuentro y desde entonces lo llevas encima. Tú eres llena de gracia. A tu alrededor hay una barrera de gracia, una fortaleza. Tú la esparces, Miriàm, incluso sobre mí.

Eran de las palabras que se merecen abrazos. Permanecimos tumbados sin caricia alguna. Lo pensé un poco y contesté en broma.

-Tú estás enamorado perdido, Iosef.

En el nombre de la madre, Erri de Luca.

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SHOAH

Adán, ¿dónde estás?» (cf. Gn 3,9).Francisco_Muro
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: «Adán, ¿dónde estás?».

Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande.

Ese grito: «¿Dónde estás?», aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo…
Hombre, ¿dónde estás? Ya no te reconozco.

¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?
¿Cómo has sido capaz de este horror?
¿Qué te ha hecho caer tan bajo?
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).

No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado?
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal?
¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios.

Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: «Adán, ¿dónde estás?».
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15).

Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad.

Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2).
Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!

«Adán, ¿dónde estás?». Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer.
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.

FRANCISCO

NICODEMO II

AMOR DE JESÚS 3

«¿A qué esperas? ¡Ven!». Esta es la invitación de Nicodemo a todo el que se acerque a esta imagen. «Supera tus miedos y tus vergüenzas, da un paso más, acércate, pon un pie en la escalera, y otro, apoya tu mano en la cruz, abraza al Autor de la vida, que ahora es un cuerpo sin vida, acerca tu mejilla a su costado, ya no late su corazón, el corazón de Jesús, tan lleno de compasión hacia todos…».

Él pide ahora un gesto de compasión, un último gesto de bondad ya que nadie se atrevió a hacer nada para que no le crucificaran.

Dios, que es amor, para conquistar nuestro corazón se ha abajado hasta hacerse víctima. El inocente condenado para despertar en nosotros una llamita de compasión. Nadie puede pasar y quedar indiferente ante el amor de Jesús.

NICODEMO I

«Nunca insistiré lo suficiente en la importancia de orar ante una imagen, y ello aunque se rece con los ojos cerrados. Gracias a las imágenes, el creyente no se olvida de que está en oración, es decir, en escucha y coloquio con el Señor». Pablo D’Ors en El Olvido de sí.

Sigena
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Sigena
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Contemplas una versión original de “el corazón de Jesús” elaborada por las Hermanas de Belén y de la Asunción de la Virgen.

El buen arte religioso se hace en oración, es una forma de oración, y su destino es la oración, no el adorno.

Jesús en la cruz está ya muerto. Le han quitado un clavo. Nicodemo, encaramado en una escalera, ayuda a bajarlo. Con él estaba José de Arimatea, el dueño del sepulcro nuevo donde van a depositar el cuerpo del Señor. Nicodemo, cuenta el evangelio de Juan, había gastado un montón de dinero en mirra y áloe para perfumar el cuerpo sin vida de Jesús. Después lo envolvieron en una sábana y lo sepultaron. (Cf. Juan 19, 38-42).

La poesía de la vida cristiana

… El otro error es caer en la obsesión sexual. Es decir, hablar a los jóvenes de “moral sexual” y no de la aventura heroica de la vida cristiana. Los jóvenes no aceptarán la moral sexual si no se les muestra su finalidad. A menudo se queda uno en el discurso de la prohibición, de la regla: es un discurso farisaico. La moral es como la gramática: es importante que exista para poder hablar, pero no se habla para hacer gramática. Si queremos que los chavales se interesen por la gramática, debemos sobre todo mostrarles la poesía de la vida cristiana. Este es el verdadero desafío.

Fabrice Hadjadj

Iglesia y futuro III

Seewald: Hace muchos años, usted hablaba en términos proféticos sobre la Iglesia del futuro: la Iglesia —decía entonces— «se reducirá en sus dimensiones, hará falta recomenzar de nuevo. Pero de esta prueba saldrá una Iglesia que habrá sacado una gran fuerza del proceso de simplificación que habrá atravesado, de la renovada capacidad para mirar dentro de sí misma». ¿Cuál es la perspectiva que nos espera en Europa?

 

Card. Ratzinger: Para empezar, la Iglesia «se reducirá numéricamente». Cuando hice esta afirmación, me llovieron de todas las partes reproches de pesimismo. Y hoy […] cada vez son más los que admiten la disminución del porcentaje de los cristianos bautizados en la Europa actual: en una ciudad como Magdeburgo el porcentaje de los cristianos es tan sólo del 8% de la población total, incluyendo todas las confesiones cristianas. Los datos estadísticos muestran tendencias irrefutables. En este sentido se reduce la posibilidad de identificación entre pueblo e Iglesia en determinadas áreas culturales. Debemos tomar nota con sencillez y realismo. La Iglesia de masa puede ser algo muy bonito, pero no es necesariamente la única modalidad de ser de la Iglesia.

La Iglesia de los primeros tres siglos era pequeña, sin por esto ser una comunidad sectaria. Por el contrario, no estaba cerrada en sí misma, sino que sentía una gran responsabilidad respecto a los pobres, los enfermos, respecto a todos. En su seno encontraban sitio todos aquellos que se nutrían de una fe monoteísta, en búsqueda de una promesa. Esta conciencia de no ser un club cerrado, sino de estar abiertos a la comunidad en su conjunto, siempre ha sido un componente no eliminable en la Iglesia. Al proceso de reducción numérica que estamos viviendo hoy, tendremos que hacerle frente también precisamente explorando nuevas formas de apertura al exterior, nuevas modalidades de participación de aquellos que están fuera de la comunidad de los creyentes. No tengo nada en contra de que personas que durante el año no han pisado la iglesia vayan a la misa la noche de Navidad, o con ocasión de otra festividad, porque también ésta es una forma de acercarse a la luz. Debe, por tanto, haber formas diversas de implicación y participación.»

P. Seewald / J. Ratzinger: «Dios y el mundo» 2002.

Iglesia y futuro II

«Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo. El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa –cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura– hasta la renovación del siglo XIX. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas. A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, que fracasó ya en Gobel, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.»

Joseph Ratzinger (1970), en Fe y futuro, Salamanca 1973.

Iglesia y futuro I

 

«…de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros. Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.»

Joseph Ratzinger (1970), en Fe y futuro, Salamanca 1973.