Al envejecer, los hombres lloran

Gilles comprendió entonces que cada novela que leyera lo ayudaría a entender la vida, a sí mismo, a los suyos, a los demás, el mundo, el pasado y el presente, una experiencia similar a la de la piel; y cada acontecimiento de su vida le permitiría, asimismo, iluminar cada una de sus lecturas. Al descubrir esta circulación continua entre la vida y los libros, encontró la clave que daba un sentido a la literatura; pero, al mismo tiempo, después de la vivacidad de la conversación, de la avalancha de reproches, del vaivén de situaciones que jamás habría imaginado unos minutos antes, tuvo el presentimiento de que la vida, como los libros, era una fuente infinita de rebotes, de imprevistos, de secretos enterrados bajo las palabras, de que nada era inmutable y de que todo se transformaba sin cesar.

Noli me tangere y IV

Alzo la mano para palparte en el misterio de vida que engendra las estrellas, y hace salir el sol cada mañana, al alba, al alba, amor mío al alba de mi vida, tras la noche oscura de tu pasión. Amado mío, corzo mío, ven a mí.

Alzo la mano para tocar tus pies y besar el rastro de tu huella y derramar en tus dedos mis aromas,

Alzo la mano para que horades en el hueco de mi corazón la piedra de tu tumba y brote tu vida en mi caudal.

Noli me tangere III

Alzo mi mano de cristal, cristalina, hecha verso, para rozar la fragilidad de tu cuerpo aterido en el pesebre, recién abierto al mundo, para arropar tus llagas, para besar tus heridas, en las que te reconozco y me reconozco, pues tú me tocas en la debilidad de mi amor por ti, inconsistencia de amante escurridizo y vano, para hacerme fuerte en la fortaleza de tu misericordia, roca mía, escudo mío, Dios mío, confío en ti.