Al cristo crucificado

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo

 

que por amores mueres

Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?

Lope de Vega

Espera

taba leyendo una entrevista en la que el fotógrafo Sebastián Salgado elogiaba un placer inusual. El placer de esperar: » hoy  en día vivimos en un acelerador de partículas, en un clima de expectativa permanente»; tenemos una dificultad que nos llega a parecer insuperable: la de sumergirnos en la lentitud y gratuidad de los procesos humanos auténticos, por excepcionales y cotidianos que sean. Salgado afirma lo siguiente: para hacer una fotografía, es necesario experimentar el placer de esperar»

Tolentino

 

desde dentro

la grandeza del ser humano, su verdadera riqueza, no está en lo que se ve, sino en lo que lleva en su corazón. La grandeza del hombre no radica en el puesto que ocupa en la sociedad, ni en papel que desempeña, ni en el éxito social. Todo esto puede ser retirado de un día para otro. Todo eso puede desaparecer en un instante. La grandeza del hombre está en lo que queda una vez extinguido lo que le confería su brillo exterior- ¿Qué le queda? Sus recuerdos íntimos, y nada más.

Etty Hillesum