Retrete interior

Pero para Montaigne ocultarse no solo significaba ponerse a salvo, en la medida de lo posible, del peligro físico. Hombre sociable y conversador como era, defendía sin embargo un grado de ocultamiento íntimo que no puede lograrse más que en la soledad. Uno tiene que poder retirarse a una trastienda de sí mismo, una arrière-boutique, dice Montaigne, en la que quede cancelada o en suspenso la presión del mundo exterior, donde no se escuche ese ruido permanente que nos acosa sin que nos demos cuenta. El ruido de los motores, de las sirenas, de las alarmas, de los anuncios, de las canciones y las charlatanerías de la radio en los taxis, el ruido de las voces y la música en los locales llenos de gente, el ruido de los mensajes y los timbres de llamada y los soliloquios de los viajeros en los trenes, el ruido de las opiniones fervientes.

Antonio Muñoz Molina, Hace falta ocultarse

Paz interior

La paz sobre la tierra comienza en el corazón de cada persona. Nuestro corazón tiene que cambiar, antes que nada, y este cambio supone una conversión muy sencilla: dejarse habitar por el Espíritu de Dios, acoger una paz que se expandirá y se comunicará poco a poco. “Consigue la paz interior, y miles encontrarán la salvación»

Serafín de Sarov

 

Privado

 Sólo se empieza verdaderamente a descubrir qué es la vida espiritual cuando nacen, en cada uno de nosotros, unas exigencias suficientemente propias como para que los demás no las conozcan. De modo que esas exigencias nos personalizan y nos singularizan no porque queramos que nos personalicen o singularicen sino porque, de no seguirlas, nos negaríamos a nosotros mismos. Para mí, la vida espiritual empieza, pues, en el momento en que cada uno de nosotros –cada uno a su hora– descubre, dentro de sí, aquellas exigencias que le son propias y que no se deducen de doctrina, ideología, disciplina o imitación alguna. Se trata de algo mucho más personal y singular, de manera que quienes están a nuestro lado no tienen por qué conocer esas exigencias de la misma manera que nosotros.

Marcel Legaut