Estaba ahí

Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. En la habitación no había más luz que la de una lámpara eléctrica, de esas diminutas de una o dos bujías en un rincón. Yo no veía nada, no oía nada, no tocaba nada. No tenía la menor sensación. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y le percibía; percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación ni en la vista, ni en el oído ni en el tacto ni en el olfato ni en el gusto. Sin embargo, lo percibía allí presente con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque sin sensaciones.

No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello -Él allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía… Era una caricia infinitamente suave, impalpable, incorpórea, que emanaba de Él y que me envolvía y me sustentaba en vilo, como la madre que tiene en sus brazos al niño… ¿Cómo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba Él aún allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después, ya Él no estaba allí, ya no había nadie en la habitación… Debió durar su presencia un poco más de una hora.

Manuel García Morente, El hecho extraordinario ( París, noche del 29 al 30 de abril de 1937)

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¿Y por qué?

Para conocer el gran misterio que somos; el mundo, la naturaleza y los grandes inventos humanos, no hay mejor formula que la de preguntar, y preguntarse.  Los primeros en saberlo son los niños, que son muy sabios y no tardan en preguntar ¿Y por qué?, para volver a preguntar de nuevo…

¿Y por qué?, Georgina Lázaro, ilustraciones Antonio Martorell, SM Puerto Rico

Identidad

Las crisis identitarias que han comportado todos estos cambios se traducen en situaciones de ur­gencias subjetivas que constatamos en los servicios de salud, en las escuelas, las familias y en la sociedad misma. Sujetos un tanto desorientados que buscan una referencia y la encuentran, como decíamos, en el verdadero significante amo que da hoy consistencia y comanda al sujeto: el goce es el amo mismo. El es el verdadero secreto de la masa, el cemento, que asegura su lazo social y lidera nuestros pasos.

José Ramón Ubieto,  Psicología de la era digital, cuatro claves

Goce

Tenemos pues un nuevo par, un binomio que ya no pasa por el Ideal-sujeto sino por el sujeto y sus objetos de satisfacción. De ahí que la incidencia del liderazgo, y de la masa sustentada en él, haya cambiado radicalmente. Ya no construimos nuestra identidad a partir de esos significantes que nos representaban colectivamente en base a ideales religiosos, culturales o políticos. Cada vez nos presentamos menos en sociedad como comunistas, católicos o melómanos. Nuestras referencias colectivas se apoyan más en el modo de satisfacción, un rasgo compartido con otros y relativo a nuestra sexualidad, manejo del cuerpo o expresión emocional.

Ahora, la palabra clave, el significante amo que nos gobierna, no es otro que el goce mismo, la manera en que nos satisfacemos y eso hace que esa identidad, con la que cubrimos el vacío propio del ser humano, entre en crisis más fácilmente. La identidad, en realidad, resulta ser lo más frágil de un sujeto, si la consideramos en su sentido consciente, es decir, aquello que uno dice ser o cree ser.

José Ramón Ubieta