
Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo
Benedicto XVI
no puede llegarse a este sentido de la responsabilidad si no se facilitan al hombre condiciones de vida que le permitan tener conciencia de su propia dignidad y respondan a su vocación, entregándose a Dios ya los demás. La libertad humana con frecuencia se debilita cuando el hombre cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece cuando el hombre, satisfecho por una vida demasiado fácil, se encierra como en una dorada soledad. Por el contrario, la libertad se vigoriza cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social, toma sobre sí las multiformes exigencias de la convivencia humana y se obliga al servicio de la comunidad en que vive.”
Las instituciones humanas, privadas o públicas, esfuércense por ponerse al servicio de la dignidad y del fin del hombre. Luchen con energía contra cualquier esclavitud social o política y respeten, bajo cualquier régimen político, los derechos fundamentales del hombre. Más aún, estas instituciones deben ir respondiendo cada vez más a las realidades espirituales, que son las más profundas de todas, aunque es necesario todavía largo plazo de tiempo para llegar al final deseado.”
Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo.
En nuestra época principalmente urge la obligación de acercarnos a todos y de servirlos con eficacia cuando llegue el caso, ya se trate de ese anciano abandonado de todos, o de ese trabajador extranjero despreciado injustamente, o de ese desterrado, o de ese hambriento que recrimina nuestra conciencia recordando la palabra del Señor: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mi me lo hicisteis. (Mt 25,40).
No sólo esto. Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad.”
un niño sentado en la sede del Papa. Por unos segundos, la sede de Pedro estuvo ocupada por uno de los que Jesús decía que “de ellos es el Reino de lso cielos”. Una foto hermosa y llena de simbolismo. Una foto que habla a las claras de la nueva primavera eclesial de la mano del Papa Francisco. Un niño convertido, por unos instantes y de forma simbólica, en el otro Vicario de Cristo o, mejor dicho, en el vicario de los pobres, como llaman al Papa los Santos Padres.
La escena, que ya nos parece hasta normal, hubiese sido impensable hace unos meses. El Papa habla a las familias y las escaleras de su estrado se pueblan de niños. Todos sentaditos y quietos. Pero, cuando va a comenzar su homilía, uno de ellos, de unos 4-5 años, con su camisa amarilla de mangas demasiado largas, se levanta y comienza a acercarse al Papa. Parece que le atrae el abuelo-Papa, con su sotana blanca.
Se mueve con total soltura. Uno de los guardias de seguridad, previendo lo que podía pasar, se acerca al niño, saca una piruleta y se la da, para poder llevárselo. Pero el niño, coge el caramelo y, en vez de irse con el guardia, corre a agarrarse a la sotana del Papa, que le mira y le acaricia. Y el peque se siente seguro al lado del “abuelo”.
Y comienza una relación especial entre el Papa y el niño, que dura toda la vigilia con las familias. Mientras el papa habla, el niño se pasea, toca el micrófono, saluda a la gente. Como Pedro por su casa. Y el Papa-abuelo no dice nada, ni rechista. No lo echa ni manda a sus padres que lo cojan para que no moleste. Al contrario, aprovecha cualquier respiro en su discurso para acariciarlo. Hay una clara coplicidad entre ambos.
Y el crio se viene arriba y, en un momento dado, ve la sede del Papa vacía, la mira y se sube a ella. Y allí permanece unos segundos.
Cuando el papa termina su discurso, el niño se acerca a él y comienza a jugar y a intercambiar con el Papa-abuelo. Y lo primero que le llama la atención es el pectoral, la cruz de plata que lleva el Papa colgada del cuello. El pequeño la coge en sus manos, la mira, la sopesa y la besa. Y el Papa-abuelo se le cae la baba (con perdón, Santidad). Y le abraza con tanto amor, con tanta ternura…¡Qué cuadro, qué escena!
“Dejad que los niños se acerquen a mí”, decía Jesús. Tras el escándalo de las “manzanas podridas del clero”, la Iglesia tiene que recuperar su credibilidad moral. En su relación con los niños se la juega. A curas, obispos, frailes y monjas les entregamos nuestros hijos. Esa confianza, si se rompe, es muy mala de recuperar. El camino de la recuperación lo marca el Papa-abuelo: ternura, amor, comprensión, complicidad. La Iglesia tiene que volver a demostrar que es una institución en la que los niños están a salvo y son profundamente queridos y respetados. Siempre y en todas partes.
Enlázanos
Más iconos Nova Bella