Sacerdote

ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los sacerdotes  nunca deben olvidar, a saber, que el primer y el más importante servicio no es la gestión de los «asuntos corrientes», sino rezar por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el papa emérito: constantemente inmerso en Dios, con el corazón siempre dirigido a Él, como un amante que en cada instante piensa en el amado, haga lo que haga.

Francisco

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Dulce filomena II

El lenguaje amartelado –vida mía– nos deja saber que las nupcias espirituales han sido felizmente consumadas. La experiencia ultramundana es de tal hondura que el lenguaje se torna anhelante: «allí», «allí»; «aquello», «aquello». Faltan las palabras: no hay manera de decir lo ocurrido, y la hembra enamorada recurre, en su afasia, a una eclosión simbólica de frases nominales sin aparente concatenación secuencial y sin verbo. Los dislates místicos, sin embargo, algo logran susurrarnos del misterio insondable de la unión lograda, máxime si los leemos desde la óptica literaria del misticismo musulmán.

Veamos los «dones» que ha recibido la amada. Los versos parecerían volatilizarse, con su mención pura de aires, cantos, donaires, noches y llamas: la acertada nota desmaterializante salta a la vista, y es crucial, ya que el poeta celebra una experiencia al margen del espacio-tiempo y del lenguaje mismo. El primer regalo inefable, el «aspirar del aire», no ofrece mucho problema, porque en todas las tradiciones espirituales se asocia a la alta noticia de Dios, aludida ya como pneuma, como logos, como prana o como ruah. Este aire es el heraldo simbólico de un jardín sobrenatural –el del alma en éxtasis– oreado por el aire vivificador de una primavera espiritual. A renglón seguido escuchamos el jubiloso «canto de la dulce filomena», es decir, del ruiseñor. Pero su esplendente cántico resulta, como adelanté, enigmático para un frecuentador de Virgilio, de Horacio, de Ovidio, de Marcial, incluso de los más modernos Garcilaso, Boscán o Camoens, hasta desembocar en casos como el de Keats o Heine. Es que todos estos poetas, medulares en la tradición literaria occidental, asocian al ruiseñor con el llanto desconsolado de la pena humana, y no con la alegría desbordante del éxtasis.

Luce López-Baralt

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El canto de la dulce filomena

Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:

El aspirar del aire
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donaire

La intertextualidad literaria islámica, en cambio, nos permite comprender que los símiles sanjuanísticos están más concatenados de lo que parecería a primera vista. Annemarie Schimmel comenta los versos en los que Rumi alude al aire primaveral que orea el jardín de su alma. El ruiseñor canta y su canto sin palabras hace bailar de júbilo el bosque, porque ha quedado invitado a unirse a la danza cósmica en celebración de Dios:

«La creación se percibe como una gran danza en la cual la naturaleza […] escuchó el llamado divino y acudió de súbito a la inexistencia en medio de una danza extática […] Los árboles, las flores, los jardines que han llegado danzando a la existencia, continúan su danza […], tocados por la brisa primaveral mientras escuchan las melodías del ruiseñor.

Las ramas comienzan a bailar […], las hojas baten sus manos como trovadores, [y] el ruiseñor regresa de su viaje y convoca a todos los habitantes del jardín a unírsele en la sama para celebrar la primavera […] Las hojas, vestidas de verde como huríes, bailan felizmente en la tumba de enero […] Solamente las ramas secas no se agitan con esta brisa y con este son maravilloso y son comparables a los corazones secos de los eruditos y de los filósofos.»

Luce López-Baralt

dulce filomena