Dialogar no es imponer, es sobre todo escuchar y, por eso, saber y entender lo que dice el otro. Dialogar es aceptar de entrada que el otro no haga lo que yo quiero: y que si logro convencerle habrá que llegar a un consenso hecho de mutuas renuncias.
De la Revista Cristianismo y Justicia
Artículo:Tormenta en un vaso de agua