en la meditaciones o devociones, no se ponga tasa ni número, de tal suerte que vaya como obligada a hacer o pensar tanto y tanto, sino en el corazón libre, de manera que donde hallare reposo, para y guste del Señor en cualquier paso que él le quisiere comunicar. Y aunque se deje todo lo que se tenía ordenado, no hay que tener pena, sino dejarlo todo sin miedo, porque gustar del Señor y abrazarnos con él es el fin de nuestros ejercicios.
Juan de Bonilla, Breve tratado de la paz del alma