Los niños no son ni abstracciones ni números: cada uno difiere algo de los demás, cada uno ha recibido de Dios su invidualidad, sus facultades, su vocación y su misterio propio. El educador debe esforzarse en reconocer con respeto esta individualidad y en desarrollarla con amor. La persona humana es un ser único con toda su riqueza de facultades, toda su fuerza y toda su belleza.
FRANCISCO KIEFFER, sm
<Espiritualidad Marianista>