Libia, otra guerra (NOTA al pie)

Los Estados tienen la obligación de hacer todo lo posible para «garantizar las condiciones de la paz no sólo en su propio territorio, sino en todo el mundo.

(Consejo Pontificio de la Justicia y la Paz, 1944)

La intervención en Libia parece que ha roto los esquemas que parecían válidos en la última guerra de Irak. La operación en Libia podrá terminar de nuevo en un empate, como en su día pasó con la Primera Guerra del Golfo. Aunque puede que sea necesaria una invasión terrestre. Y la pregunta es: ¿es legítima por una resolución de la ONU

 

NOTA: corrijo la foto. No tengo claro en estos momentos si considero ética o no la guerra en Libia. Puede parecer que apoyaba la intervención, pero no es así o no deja de serlo. Lo único que he aclarado leyendo apartados de la DSI y declaraciones de los Papas, es que desde un punto de vista ético, la legitimidad de una guerra no puede sostenerse en una resolución de la ONU, que se mueve por intereses cambiantes. En la DSI se pueden encontrar criterios para orientar el pensamiento en esta materia, aunque no está claro que pasa en este caso concreto.

6 comentarios en «Libia, otra guerra (NOTA al pie)»

  1. Añado lo que dice el catecismo sobre la guerra: SIEMPRE SE DEBEN EVITAR. Sin duda ilumina.

    Evitar la guerra
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    2307 El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra (cf GS 81).

    2308 Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras.

    Sin embargo, “mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa” (GS 79).

    2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:

    — Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

    — Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

    — Que se reúnan las condiciones serias de éxito.

    — Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.

    Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.

    La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.

    2310 Los poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional.

    Los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la paz (cf GS 79).

    2311 Los poderes públicos atenderán equitativamente al caso de quienes, por motivos de conciencia, rehúsan el empleo de las armas; éstos siguen obligados a servir de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79).

    2312 La Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. “Una vez estallada desgraciadamente la guerra, no todo es lícito entre los contendientes” (GS 79).

    2313 Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los soldados heridos y a los prisioneros.

    Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ella. Así, el exterminio de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenado como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas decisiones que ordenan genocidios.

    2314 “Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (GS 80). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes.

    2315 La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre más modernas impide la ayuda a los pueblos indigentes (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio.

    2316 La producción y el comercio de armas atañen hondamente al bien común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las autoridades tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima empresas que fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional.

    2317 Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra:

    «En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: “De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate” (Is 2, 4)» (GS 78).

  2. La verdad es ue repugna escuchar eso de que EE.UU. esta obligado o que tiene la mision divina de ser el policia del planeta es una aberracion.
    Esto es parte del llamado NUEVO ORDEN MUNDIAL,del cual el actual Papa, en su visita a EE.UU. pronuncio ante Obama et al, y justifico, la moralidad del liberalismo economico.
    La triple Tiara la tiene EE.UU. Esa es ROMA no la que esta en Italia. ASpocalipsis llama La Gran Ramera.

  3. El Papa ha hecho un llamamiento a las naciones implicadas en el conflicto de Libia para que se garantice la ayuda humanitaria. Acaso lo único verdaderamente importante en esta guerra propiciada por el delirio de quien busca perpetuarse en el omnímodo poder de los redentores patrios. Pero Occidente ha decidido salvarnos del sátrapa terrorista. Pretenden convencernos de las bondades de una operación rociada con el bendito hisopo de Naciones Unidas. No se atreven a llamarlo guerra. Ni siquiera dicen con claridad que de lo que se trata es de derrocar al dictador. Solo quieren proteger, nos cuentan, a la población civil. Y supongo que, de paso, los pozos de petróleo. Llegan tarde y mal, después de una semana agónica en la que el dictador, con armas compradas a Occidente, ha cargado contra su propio pueblo arrasando cuanto encontraba a su paso.

    Clama al cielo la hipocresía de algunos gobernantes. Alianza de civilizaciones y declaraciones de amistad incluidas, las prisas por salir en la foto (esta vez en París, que mola más que las Azores) son malas consejeras. A los aliados no les salen las cuentas. Están hechos un lío. Tuya, mía, y nadie se atreve a liderar. Será porque, finalmente, no se sabe muy bien dónde va a acabar todo esto.

    No se pueden justificar nunca las atrocidades de un tirano. Pero tampoco parece una salida esta guerra abocada al fracaso (todas las guerras los son, Zapatero dixit cuando era pacifista). La comunidad internacional ha perdido la oportunidad de la mediación para una salida negociada de Gadafi (había algunas naciones como Venezuela o Bolivia dispuestas a acoger al dictador), evitando así más derramamiento de sangre. Occidente deberá rendir cuentas con el pasado. Los que engordaron al monstruo jaleando amistades peligrosas en la jaima del dictador deberán ahora entonar el mea culpa a la espera de redención.

    En el nº 2.747 de Vida Nueva.

  4. Hola Pedro,

    La visión de EEUU, tanto de demócratas como republicanos, es que ser la primera potencia les obliga, les hace responsables con el resto del mundo. Para juzgar esa visión de la política internacional hay que profundizar mucho y no hay espacio aquí. De la misma forma que pienso que una persona con talentos, medios y capacidades tiene una responsabilidad con los menos favorecidos, creo igualmente necesario que los países asuman los mismos principios de responsabilidad a otra escala.

    Habría mucho que hablar acerca de la moralidad del poder (económico, militar…) y sobre las diferencias de planteamiento que ha desarrollado la ética protestante en este campo respecto a la ética católica.

    Dicho esto, creo que se cruzan temas cuando se mezclan críticas al liberalismo económico y a la política internacional de EEUU.

    No entro a valorar los contenidos. Me quedo con que el planteamiento me parece correcto: asumir que eres una potencia te obliga con los demás.

    Otra historia es si la mejor manera de asumir esa responsabilidad es interviniendo militarmente en un país o no hacerlo.

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