De cine: The deep blue sea

Escuche, se dicen muchas tonterías sobre el amor. ¿Sabe lo que es el amor? Limpiarle el culo al otro o cambiarle las sábanas cuando se ha orinado y dejarle mantener su dignidad para poder seguir adelante»

Mrs Elton ( la portera que sigue amando y cuidando a su marido enfermo, su galán), se lo dice a la protagonista, Lady Hester Collyer, tras su intento de suicidio por un amor pasión que conlleva adulterio. En la película The deep blue sea.

El hombre y lo divino

«Hace muy poco tiempo que el hombre cuenta su historia, examina su presente y proyecta su futuro sin contar con los dioses, con Dios, con alguna forma de manifestación de lo divino. Y, sin embargo, se ha hecho tan habitual esta actitud que, aun para comprender la historia de los tiempos en que había dioses, necesitamos hacernos una cierta violencia. Pues la mirada con que contemplamos nuestra vida y nuestra historia se ha extendido sin más a toda vida y a toda historia (…) Aceptamos la creencia —“el hecho” de la creencia—, pero se hace difícil revivir la vida en que la creencia era no fórmula cristalizada, sino viviente hálito que en múltiples formas indefinibles, incaptables ante la razón, levantaba la vida humana, la incendiaba o la adormía llevándola por secretos lugares, engendrando “vivencias”, cuyo eco encontramos en las artes y en la poesía, y cuya réplica, tal vez, ha dado nacimiento a actividades de la mente tan esenciales como la filosofía y la ciencia misma. Solo arriesgados “novelistas” o los ambiguos pensadores se han adentrado, imaginándola desde su particular perspectiva, en aquella vida vivida bajo la luz y la sombra de los dioses ya idos. Y en cuanto al nuestro —a nuestro Dios—, se le deja estar, se le tolera.

Y así pasamos de largo, confinándolos en un nombre, ante fenómenos de la más honda significación, considerándolos como un hecho y, cuando más, buscando su explicación en las causas que nuestra mente actual estima como las únicas reales, las únicas capaces de producir cambios: causas económicas o específicamente históricas…»

María Zambrano en El hombre y lo divino

Palabra y silencio I

La dinámica de palabra y silencio, que marca la oración de Jesús en toda su existencia terrena, sobre todo en la cruz, toca también nuestra vida de oración en dos direcciones.

La primera es la que se refiere a la acogida de la Palabra de Dios. Es necesario el silencio interior y exterior para poder escuchar esa Palabra. Se trata de un punto particularmente difícil para nosotros en nuestro tiempo. En efecto, en nuestra época no se favorece el recogimiento; es más, a veces da la impresión de que se siente miedo de apartarse, incluso por un instante, del río de palabras y de imágenes que marcan y llenan las jornadas. Por ello la necesidad de educarnos en el valor del silencio: «Redescubrir el puesto central de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido del recogimiento y del sosiego interior. La gran tradición patrística nos enseña que los misterios de Cristo están unidos al silencio, y sólo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió en María, mujer de la Palabra y del silencio inseparablemente»

Este principio —que sin silencio no se oye, no se escucha, no se recibe una palabra— es válido sobre todo para la oración personal, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, las liturgias deben tener también momentos de silencio y de acogida no verbal. Nunca pierde valor la observación de san Agustín: Verbo crescente, verba deficiunt – «Cuando el Verbo de Dios crece, las palabras del hombre disminuyen»

Benedicto XVI, catequesis sobre la oracion
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De película IV: I’m walking… in the light

Yes, I’m walking… in the light”, cantaba Blind Willie Johnson, mito del blues de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos; un hombre que, a pesar de ser ciego, siempre buscó el fulgor de la existencia. Caminaba hacia la luz, lo sentía, lo recitaba como un lamento, como una letanía del Sur más profundo. Una luz hacia la que también se dirige la niña protagonista de la inclasificable, imperfecta y procaz «Bestias del sur salvaje»
«Cuando todo se calma detrás de mis ojos veo lo que me hace ser»

Silencio de Nazaret. Oración de la Sagrada Familia

Oh! Si renaciese en nosotros la valorización del silencio, de esta estupenda e indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e hipersensibilizada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la aptitud a prestar oídos a las secretas inspiraciones de Dios y a las palabras de los verdaderos maestros»
(Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964).
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Dolor del mundo. Silencio. Sanador herido

Si te duele el sufrimiento del mundo, si tu corazón gime por el dolor de la Tierra, has de saber que no estás solo. Te acompañan los Santos y Mundialmente Honrados que vierten lágrimas por todas y con todas los que llevan las heridas de nuestra existencia frágil y mortal. Haz silencio, abre tu corazón y escucha en silencio. En el silencio puedes oír una voz que te guiará y te hará capaz de caminar por la senda de un Sanador Herido. (Rubén L.F. Habito)

Jesús pobre

Me ocurre en ocasiones que creo que finalmente he logrado forjarme una opinión sólida. Y, cuando considero que ya tengo un criterio firme y claro, aparecen de algún sitio esas palabras que, de nuevo, me obligan a revisar lo que pienso, a ponerme en pie y a seguir caminando.

Hoy un profesor nos ha leído estas «famosas» (era la primera vez que las escuchaba) palabras de San Juan Crisóstomo. Son del siglo IV-V. De la homilía 50 sobre el evangelio de Mateo.

De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello? Dime si no: si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y, sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más bien contigo? O, si viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro, afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el pavimento, las paredes y las columnas del templo.

 

Pero bueno, nadie se lleve a engaño. San Juan Crisóstomo fue un grande, pero incluso él metió la pata. Sin ir más lejos podemos leer sus discursos contra los judíos…

Siempre revisando lo que creemos, siempre en camino…

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¿Por qué me has abandonado?

En la oración llevamos a Dios nuestras cruces de cada día, con la certeza de que él está presente y nos escucha. El grito de Jesús, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», nos recuerda que en la oración debemos superar las barreras de nuestro «yo» y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y a los sufrimientos de los demás. La oración de Jesús moribundo en la cruz nos enseña a rezar con amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que atraviesan situaciones de dolor, que no cuentan con una palabra de consuelo. Llevemos todo esto al corazón de Dios, para que también ellos puedan sentir el amor de Dios que no nos abandona nunca.
Benedicto XVI, catequesis sobre la oración

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Belleza interior. Sabiduría. Oración de Sócrates

Platón refiere una oración de su maestro, Sócrates, considerado con razón uno de los fundadores del pensamiento occidental. Sócrates rezaba así:
«Haz que yo sea bello por dentro; que yo considere rico a quien es sabio y que sólo posea el dinero que puede tomar y llevar el sabio. No pido más»

Que vea. Ceguera y oración

En el antiguo Egipto encontramos  el  testimonio de un hombre ciego, pidiendo a la divinidad que le restituyera la vista. Atestigua algo universalmente humano, como es la pura y sencilla oración de petición hecha por quien se encuentra en medio del sufrimiento, y este hombre reza:

«Mi corazón desea verte… Tú que me has hecho ver las tinieblas, crea la luz para mí. Que yo te vea. Inclina hacia mí tu rostro amado».

«Que yo te vea»: aquí está el núcleo de la oración.»

Benedicto XVI, Catequesis sobre la oración

De película III: amor

http://youtu.be/HNj-CA2-Nd4

Obra maestra (…) Una tierna, desgarradora e impecablemente dirigida historia sobre el amor y la muerte.

Magnífica en su simplicidad y en su implacable honestidad acerca de la vejez, la enfermedad y la muerte

Haneke se muestra casi tierno (…) realiza una aproximación rigurosa a la vejez sin caer en el tremendismo y evitando el inútil ternurismo (…) Una película que, de alguna manera, humaniza a Haneke. Lo reconcilia con la vida.(Salvador Llopart: Diario La Vanguardia)

La historia de amor más auténtica del cine reciente (…) obra maestra absoluta» (Sergi Sánchez: Diario La Razón)

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Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) son un matrimonio que lo único que desean después de llegar a una jubilación merecida y una vida repleta de satisfacciones debido a sus profesiones, profesores de música ambos, es vivir el resto de sus días unidos en armonía con sus pasiones y su amor.
Pero la vida les dará un revés y lo que siempre había sido tranquilidad para ellos y buena salud se volverá en su contra poniendo a prueba su matrimonio y su aguante, y sobre todo el amor que se procesan, ese que hasta ahora había sido algo que allanaba y llenaba todo en su convivencia.
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Poner a prueba el amor de una pareja es algo que es cotidiano y por lo que día a día todo el mundo pasa. Pero si esto es contado de una manera casi poética, a la vez que incisiva y punzante, donde ese amor que se ha procesado hacia el contrario ha sido infinito y del que nunca se ha dudado y jamás ha faltado. En esta cinta los personajes de repente nos encajan en sus vidas respectivas, que eran una, cuando uno de ellos cambia, y no quiere que ese amor se trasforme en compasión, en ayuda, ya no le vale, o simplemente ya no quiere que se mantenga de esa manera, ya no quiere vivir, pero ¿si uno faltase querría vivir el otro?.»Susana Peral.

La película nos interroga sobre la vida y la muerte.
¿Qué respuesta damos?
Queda la cruz, y la resurrección