Silencio ante Dios

Nunca haré ruido cuando tú quieras estar silencioso. Estaré contenta como tu mejor niña- nadie me verá sino tú- que es bastante- ya no querré nada más”

Emily Dickinson escribe esta frase, en una carta dirigida a su maestro.

Yo se la digo, como oración, al mío.

Acepto el silencio, Tu silencio. Acepto no hacer ruido, vivir calladamente.  Mi contento es saber, por la fe confiada, que estás presente.  Tú me ves, Tú estás conmigo. ¿Para que querer algo más, si la Gracia en mí tus ojos imprimen? ¿Qué me falta? Solo Tú bastas.

autosecularización

«… sin darse cuenta, se ha caído en la autosecularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no venían, han visto cómo se marchaban, defraudados y desilusionados, muchos de los que estaban: nuestros contemporáneos, cuando se encuentran con nosotros, quieren ver lo que no ven en ninguna otra parte, o sea, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de estar con el Señor resucitado»

(Benedicto XVI, Discurso a los obispos de Brasil, 2009).

Hacer silencio

 

«¿Se puede estar en el mundo sin pensar en nada?»

Si. Se puede hacer silencio. Y escuchar la Palabra.

Se puede escuchar la nada. Y en la nada entrar en el Todo.

Se puede contemplar el vacío. Y en el vacío llenarse.

Se puede estar un rato cada día pensando el no pensar,

sentado, a solas con el misterio.

El misterio de un Dios más grande que tú mismo.

 

 

Por la fe (V): todos nosostros

Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

Benedicto XVI, Porta Fidei

Por la fe (IV): Consagrados

Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).

Benedicto XVI, Porta fidei

Por la fe (III): apóstoles y discípulos

Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.

Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).

Benedicto XVI. Porta Fidei

Por la fe (II): María

Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

Benedicto XVI, Porta Fidei

Familias numerosas

Hay una mentalidad dominante que hace depender el número de hijos del dinero que se gana. No voy a ser yo quien diga que no tiene nada que ver. Pero si puedo constatar que la gran mayoría de familias que tienen muchos hijos, si se plantearan el problema en la misma clave, no los tendrían. Al final se trata de valores y prioridades que nos retratan

No es cierto que el obstáculo principal contra la natalidad en España sea la crisis económica, por más que ésta implique en lo inmediato alguna caída adicional en la tasa de fecundidad. Cuando todo iba bien, en el largo ciclo expansivo de la economía entre 1994 y 2007, los españoles no teníamos más niños que ahora. Y en Alemania, sin desempleo ni burbuja inmobiliaria, con una renta per cápita mayor que la nuestra, y donde parece más fácil que aquí la conciliación entre vida laboral y familiar, la tasa de fecundidad es tan baja como la española. Tener o no tener hijos es cuestión, sobre todo, de valores y prioridades en la vida.

Por la fe. Jesucristo.

Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Benedicto XVI, Porta Fidei.