Quo vadis

«No leemos esta novela para tener una cabal información sobre los sufrimientos de los primeros cristianos bajo el Imperio romano, pero lo cierto es que la imagen que todos nos hacemos de Nerón, no es la ofrecida por los estudiosos de la historia, sino la creada por la fecunda imaginación de Sienkiewicz» .

La basílica de San Pedro en el Vaticano está construida sobre la tumba de Pedro. Aquella enorme mole de piedra se apoya en la débil roca de Simón el pescador, aquél que hasta el último momento sintió miedo, según la tradición legendaria, y dudó. Pedro salía de Roma por la vía Appia y se encontró de frente al Señor, «Quo vadis, Domine?» le preguntó. «A los oídos del apóstol llegó una voz vaga y dulce que decía: ─Cuando tú abandonas a mi pueblo yo voy a Roma para ser crucificado una vez más».

Ni el episodio que aquí se relata ni la novela de Sienkiewicz son «historia», pero en cada una de sus páginas se transmite una gran verdad: la Iglesia de todos los tiempos se ha edificado sobre la sangre de los mártires, de los testigos que con su vida han predicado a Cristo y éste crucificado. Ellos vencieron al Imperio Romano por la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron ya que no temieron a la muerte.

Leyendo esta novela uno puede atisbar el enorme impacto que supuso el choque del cristianismo con la cultura imperial, y de qué modo se fue extendiendo el virus del «amor al prójimo» infectando uno a uno cada corazón. Con Sienkiewicz he sentido a la vez nostalgia de aquel tiempo (real o no) y orgullo de ser cristiano.

Un comentario en «Quo vadis»

  1. Este es Pedro, nuestro querido apóstol, piedra de la Iglesia de Cristo. Él confesó sin titubear la divinidad de Jesús, pero tuvo que aprender a golpes que el seguimiento de Jesús era el seguimiento de un Mesías crucificado. Finalmente el Señor le concedió la gracia de compartir su mismo destino. Gracias Pedro. Ayúdanos a los que seguimos a Cristo en medio de titubeos y temores a confiar plenamente en su Palabra, y a abrazar toda cruz que venga como una gracia.

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