Refugiados

Caminábamos pisando el barro, que nos llegaba a los tobillos, y formando una caravana infinita de hombres, mujeres, niños, ancianos; todos cargados de fardos, cestas, bolsas y maletas. Algunos tiraban de los carros de mano, otros empujaban cochecitos de bebé.

Ea el tiempo menos propicio que hubiéramos podido coger para aquella marcha: la temperatura rondaba los cero grados y el cielo era de un blanco grisáceo, tan vasto que una no sabía donde terminaba y donde empezaban los campos, del mismo color blanco grisáceo, a ambos lados  de la carretera. Si, además, comenzaba a nevar, estaríamos perdidos.

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