Mi acceso a Dios no fue un ascenso, como otros lo describen, sino más bien una caída en el abismo de sus manos. Él puso ese abismo ante mí y yo, evitando el pensamiento, di en un segundo el paso decisivo: «Sí, sí, sí». Aún resuenan en mí aquellas tres palabras que dije; y dije «sí»

Testimonio de un llamado

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