El pecado siempre presenta la libertad como libre arbitrio: una elección entre el bien y el mal. Esto no es el don de la libertad que Dios nos ha confiado. La libertad no es tanto poder elegir entre el bien y el mal, sino secundar con mi voluntad la dirección hacia la que oriento mi ser. Paradójicamente el mayor grado de libertad es la obediencia al modo de Cristo, pues por ella me oriento hacia la filiación, el ser hijo de Dios, que es la plena realización de la condición humana.
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