
El 3 de enero comentábamos en esta entrada,
proselitismo ateo, la campaña del ‘
bus ateo‘ que se ha lanzado en Barcelona. Comparto una reflexión propia al respecto.
Ojalá fuera tan sencillo ser ateo. Si Dios no existe tras la muerte es poco probable que haya nada, ya no hay ninguna verdad absoluta y todo es relativo a las circunstancias y el momento. Si Dios no existe tengo que reconstruir mi sistema de creencias, buscar mis verdades, aquellas que den sentido a mi vida y sólo a la mía, porque un sentido para todos no existe. Difícil tarea que puede acabar en la más bella filantropía si tomo como punto de partida los valores cristianos heredados o en la más terrible lucha por la supervivencia, si parto de la relativa verdad de que ‘el hombre es un lobo para el hombre’. Difícil y además arriesgada tarea. Hay que estar dispuesto a fracasar en el empeño, sabiendo que mi propio camino no puede servir a nadie más y no puedo imponérselo a otros si quiero ser coherente con mi ateísmo. El ateísmo te deja solo, en una enorme soledad existencial y de sentido. La frase de una verdadera campaña atea debería ser: «Dios probablemente no existe, comienza a vivir intranquilo».