Tenemos el cielo dentro de nosotros pues el Señor de él lo está.
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El cielo, este cielo azul
Roma. Sus calles están llenas de papeles y plásticos, las aceras son casi inexistentes, el tráfico caótico, lento, contaminante, y en cada semáforo, en las puertas de cada iglesia, de cada universidad hay un pobre pidiendo. A diario vengo al centro, donde todo esto se multiplica, se suman las hordas de turistas con sus cámaras, los pícaros buscándose la vida, los camareros a las puertas de los restaurantes reclamando tu atención…
Cada día cargo mi mochila y camino durante 40 minutos hasta clase o hasta casa, para contemplar que en Roma, esta vieja y enferma ciudad, sigue saliendo el sol para buenos y malos.
Vivimos agitadamente sin guardar recuerdo de que tu mano nos sostiene. Mientras paseo te encuentro de nuevo al contemplar este cielo azul, y hago memoria de tu amor por nosotros, de nuestra historia de amistad. Hoy no he podido contener las lágrimas.
Bajo este cielo azul
Querida Paca,
la semana pasada, llevado por el don de la amistad hasta tu casa, nos sentamos a charlar en tu terraza. Protegidos del frío por sus cristales miramos el cielo azul moteado por pequeñas nubes. A medida que el día se apagaba se encendía en nuestra conversación la luz interior del que es capaz de disipar toda tiniebla. Juntos, tu hermana, tus nietos, tú y yo compartíamos nuestra mirada de fe sobre las cosas.
De mi primer encuentro contigo guardo en mi corazón el testimonio de tu fe luminosa y tierna, acompañando a tu marido en el paso final. De este segundo encuentro me llevo la certeza de que el Señor te escucha por tu humildad y obra maravillas en ti. Ahora entiendo porque en tu casa me sentía como en la casa de María.
Gracias por la verdurita, las pechugas de pollo y ese rico postre totalmente original, gracias por invitarme a tu mesa, por permitirme compartir mi fe bajo ese cielo azul que tan bien se contempla desde tu terraza.
Son casi las siete de la tarde, miro a través de mi ventana el mismo cielo bajo el que nos movemos y existimos.
Señor, que cuantos contemplen este cielo, obra de tus manos, descubran tu inmensidad y el profundo amor que les tienes. Amén
Siempre me amaste
Hay épocas de luz en mi interior. Cuando llegan subo al torreón del silencio y contemplo los valles y montañas, las fortalezas y poblados, los ríos y seres que en mi interior reposan bañados por la dorada y tierna luz de este amanecer. Se empañan mis ojos por el llanto alegre, y todo mi ser rebosa en temblorosa quietud. Miro atrás y contemplo tu gran fidelidad, tu promesa de eterno amor cumplida, tu brazo fuerte sosteniendo mi fragilidad, conduciendo la historia. La eternidad desde aquí se atisba. La multitud de los seres creados se reúnen para alabarte. Cubiertos de llagas y heridos venimos hasta ti crucificado y tus heridas sanan las nuestras. Cuando me acuesto o me levanto aquí estás tú. Tu luz Señor me hace ver la luz: la serena certeza de que siempre me amaste.
