Los lugares solitarios del evangelio son en la naturaleza, en el monte, en el desierto. También a Jesús le gustaba hacer escapadas en barca, se retiraba de la orilla para introducirse en el interior del mar y tomar distancia de la tierra, y así estar solo.
En nuestro mundo hay muchos lugares solitarios, silenciosos o sonoros: la orilla del mar con el ritmo de sus ruidos; el silencio plateado de la nieve en invierno; el monte en primavera con los pájaros enamorándose; las riveras de los ríos en invierno ensordeciendo los oídos; la alameda en otoño, hojas que se levantan y chocan sin silencio. Y unos más frecuentes para la vida corriente de la ciudad: la mesa de trabajo con los ruidos del teclado o sin ellos, papeles anotados y en la estantería un montón de recuerdos; el parque al amanecer; la cocina con sus aromas y sabores; la calle de madrugada al ir a trabajar; la soledad del coche envuelta en los ruidos de la ciudad; y el instante de uno solo en el vagón del tren. Todos pueden ser lugares solitarios, ruidosos o no, pero lugares para que fluya el silencio en Dios guardado en el corazón.
Lugares solitarios que faciliten la actitud de retirada del mundo para llegar a la profundidad del contacto con Dios desde lo más íntimo de uno mismo, con la esperanza de que la bondad de Dios abrase el corazón.
Busquemos, como Jesús, el lugar solitario para intentar entrar en la Presencia, y así recibir vida para vivir con la libertad de Jesús practicada por María, su madre.
Isabel Cano en su blog Orar con una Palabra
Etiqueta: contemplación
Orantes XII
Cuanto más absorto está un hombre en la oración, menos conciencia tiene de que ora…, porque permanece oculto a su propia mirada.»
Jean Lafrance
Sta Teresa 11 – No quiero más que le miréis
No os pido que penséis en él ni saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes delicadas consideraciones en vuestro entendimientos: no quiero más que le miréis.
Santa Teresa de Ávila C42, 3