Un trabajador de la bodega abrió el cargamento de frutas y comenzó a descargar cada una de las cajas.
Luego de distribuirlas en las correspondientes secciones, apagó las luces y cerro la tienda. Se hizo el silencio… y la oscuridad.
– ¿Por qué me aplastan? – dijo quejándose una manzana a todas las que estaban sobre ella. No sé que cosa hago aquí abajo, con lo bien que estaba colgada del árbol, no entiendo por qué tuvieron que arrancarnos del árbol y meternos en estos incómodos cajones.
– No seas tonta. – le respondió el kiwi. – No te das cuenta que ahora viene lo mejor, si hubiéramos seguido en nuestros árboles, pronto hubiéramos madurado tanto que hubiéramos caído al suelo y allí nos hubieramos podrido. Hemos sido afortunados ¿sabes?, porque ahora nos espera un futuro mejor, vendrán seres humanos y a los más guapos y ricos como yo nos cogerán y nos comeran, disfrutando de cada una de nuestras cualidades, y pasaremos a su sangre y a su cuerpo y nos transformaremos en parte suya. ¿No te parece maravilloso?
– La verdad es que no suena nada mal… mmmm – La manzana estaba pensativa, no veía algo claro.
– Pero, ¡vamos a ver!, y que pasará con las que no cojan, ¿Nos pudriremos aquí? Eso no me gusta nada, aunque pensándolo bien yo no tendré ese problema, soy redondita y muy roja, tengo un aspecto suculento y mi dulce sabor cautiva a grandes y pequeños, además conmigo se pueden cocinar muchos platos y hacer ricas tartas de manzana. Je je, en cambio tú.. jo jo, eres más feo que un pecado, eres amargo, y pa colmo tienes pelos en la piel, ¡buaj, qué asco!, no creo que te cojan.
De repente todas las uvas de un racimo que hasta ahora sólo escuchaban la conversación se pusieron a hablar al unísono:
– Bueno, bueno, que creída eres manzanita, se nota que no entiendes del gusto de los humanos, mira yo soy la diosa de las frutas, gusto a todas las gentes, se me puede cocinar con migas, ¡ah! y ya sabes: ¡Uvas con queso saben a beso! Ja ja, es que soy la delicia. Además soy imprescindible para elaborar vino, ese líquido que tanto embelesa a los humanos y en el cual dicen que su Dios se ha manifestado. ¿Entiendes porque digo que soy la diosa de las frutas? No sé tú, pero yo no me voy a quedar aquí pudriéndome.
– ¡Callense enanas! Dijo el gordo melón de piel de sapo. A mí me verán antes esos glotones de los humanos, soy grande, gordo y además dulce como la miel, si me combinan con un rico jamoncito se les caerá la baba, ¿Quién puede resistir a mi encanto?
En la bodega se armó el desorden. Durante horas estuvieron discutiendo sobre quien era la mejor de las frutas. De repente la luz del sol entró en el local el trabajador que acababa de subir la persiana y comenzaba la jornada.

La gente acudía a comprar alimentos, y para sorpresa de las frutas cogían frutas de toda variedad, y es que el gusto está en la variedad y para las personas la riqueza estaba en poder alimentarse de cada una de ellas, por sus diferentes sabores, vitaminas y propiedades.
En casa de Javier las frutas que acaba de comprar descansaban en un frutero: plátanos, uvas, manzanas, kiwis, melón… Aquella noche Eva, la esposa de Javier, preparó una rica macedonia de frutas, y mientras la tomaban como postre para la cena, entonces se dieron cuenta de que solas no hacían nada, que juntas formaban una comunidad que se enriquecía mutuamente y enriquecía la vida de los demás. Hasta ahora siempre habían vivido solas, sin aceptar la variedad, sin entender no conocer a las otras, pero esa noche se produjo el milagro de la Unidad, el milagro de la Fraternidad, y unidas por un mismo Espíritu se transformaron en Nueva Vida para los que de ellas se alimentaban.