Sólo quedan tres días para Pentecostés.
¿Cómo preparar nuestro corazón para acoger el mayor don que Dios ha hecho a la humanidad, su propia vida en nosotros?
Si Cristo no hubiera resucitado, si no hubiera enviado su Espíritu Santo, no estaría presente entre nosotros.
Permanecería como un personaje destacado entre otros dentro de la historia de la humanidad. Sería imposible compartir con Él, no podríamos decirle: «Jesús, el Cristo, en todo momento me apoyo en ti, incluso cuando no puedo rezar, tú eres mi oración«.
Antes de dejar a sus discípulos, Jesús les asegura que les enviaría su Espíritu Santo como apoyo y consuelo. Descubrimos que de la misma manera que Cristo ha estado presente entre los suyos, por el Espíritu Santo, Cristo sigue estando presente hoy entre todos nosotros.
De una manera más clara para uno, más velada para otro, su misteriosa presencia está siempre ahí. Es como si pudiéramos escucharle decir: «¿No sabes que estoy cerca de ti y que por el Espíritu Santo vivo en ti? Nunca te dejaré».
Esta misteriosa presencia es invisible a nuestros ojos. Para todos, la fe es siempre una confianza sencilla en Cristo y en el Espíritu Santo.
Para el ser más desprovisto de conocimientos, el que no sabe leer ni escribir, así como para el más culto, la fe es una realidad muy sencilla. El escritor ruso Tolstói cuenta que un día, paseándose, encontró a un campesino y empezaron a hablar. El campesino le dijo a Tolstói: «yo vivo para Dios». En cuatro palabras expresó lo más profundo de su corazón. Tolstói se dijo: «Yo, con tantos conocimientos, y cultura, sería incapaz de expresar las mismas palabras que este campesino»
La confianza en Dios no se expresa con argumentos que, pretendiendo convencer a cualquier precio, pueden llegar a suscitar inquietudes e incluso miedo. Es entonces, en el corazón, en la profundidad de uno mismo donde recibimos la llamada del evangelio«.Hermano Roger de Taizé, «Dios sólo puede amar», PPC