Ven Espíritu Santo y enciende en nosotros el fuego de tu amor #venisanctespiritus

Sólo quedan tres días para Pentecostés.
¿Cómo preparar nuestro corazón para acoger el mayor don que Dios ha hecho a la humanidad, su propia vida en nosotros?

Si Cristo no hubiera resucitado, si no hubiera enviado su Espíritu Santo, no estaría presente entre nosotros.

Permanecería como un personaje destacado entre otros dentro de la historia de la humanidad. Sería imposible compartir con Él, no podríamos decirle: «Jesús, el Cristo, en todo momento me apoyo en ti, incluso cuando no puedo rezar, tú eres mi oración«.

Antes de dejar a sus discípulos, Jesús les asegura que les enviaría su Espíritu Santo como apoyo y consuelo. Descubrimos que de la misma manera que Cristo ha estado presente entre los suyos, por el Espíritu Santo, Cristo sigue estando presente hoy entre todos nosotros.

De una manera más clara para uno, más velada para otro, su misteriosa presencia está siempre ahí. Es como si pudiéramos escucharle decir: «¿No sabes que estoy cerca de ti y que por el Espíritu Santo vivo en ti? Nunca te dejaré».

Esta misteriosa presencia es invisible a nuestros ojos. Para todos, la fe es siempre una confianza sencilla en Cristo y en el Espíritu Santo.

Para el ser más desprovisto de conocimientos, el que no sabe leer ni escribir, así como para el más culto, la fe es una realidad muy sencilla. El escritor ruso Tolstói cuenta que un día, paseándose, encontró a un campesino y empezaron a hablar. El campesino le dijo a Tolstói: «yo vivo para Dios». En cuatro palabras expresó lo más profundo de su corazón. Tolstói se dijo: «Yo, con tantos conocimientos, y cultura, sería incapaz de expresar las mismas palabras que este campesino»
La confianza en Dios no se expresa con argumentos que, pretendiendo convencer a cualquier precio, pueden llegar a suscitar inquietudes e incluso miedo. Es entonces, en el corazón, en la profundidad de uno mismo donde recibimos la llamada del evangelio«.

Hermano Roger de Taizé, «Dios sólo puede amar», PPC

Sin palabras

Bulle en mi interior y no sé como expresarlo. No son sentimientos, ni pensamientos, no son ideas, ni imágenes, pero aletea en mi interior pujando por salir, buscando en mi carne la forma de encarnarse. Temo pronunciar palabra y mancillar la pureza de esta Verdad. Sin palabras aguardo a que el Verbo se haga carne en mí.


http://colveyco.com/prints/p05.htm

Donde viven los monstruos. Spike Jonze

Un niño se enfada con su hermana y sus amigos. El niño destroza la habitación de su hermana. El mismo niño discute con su madre y huye de casa. Llega a una isla desierta donde convive con sus monstruos.

Poco más o menos éste es el argumento de “Donde viven los monstruos”, una película que, si bien no gustará al que busque evadirse de la realidad un rato y ver miles de batallas sangrientas, sorprenderá a aquél que quiera acercarse, de nuevo, al mundo de los niños.

Todos deberíamos viajar a aquél lugar donde viven nuestros monstruos, jugar y luchar con ellos y, una vez comprendido lo que nos ocurre por dentro, regresar a casa después de haberles dado un abrazo.

Me parece enternecedor el momento en el que uno de los monstruos –que no habla durante toda la película- se dirige a Max para decirle “¿Hablarás bien de nosotros?”.

Y, como dice Elvira Lindo, el libro –porque la película se basa en un libro escrito por Maurice Sendak- posee una de las frases más bellas de la literatura infantil. Cuando Max vuelve a casa y su madre lo espera con la cena, el autor nos dice: Y todavía estaba caliente. Poco más que eso es lo que todos le pedimos a la vida: que, después de viajar al lugar donde viven los monstruos, alguien nos espere, en algún lugar del mundo, con la cena caliente.