Al final de “Lost” queda el amor y la vida

Desde el principio se apuntaba y finalmente se ha confirmado, la serie de televisión Perdidos, que en el último mes se ha hecho mundialmente famosa, iba más allá de contar una historia trivial de aventuras y misterio. Personalmente me parece un gran éxito que 12 millones de personas hayan recibido ansiosos un mensaje como este: La muerte no tiene la última palabra, la tiene el amor. (El dato de espectadores está tomado al vuelo de internet, la cifra exacta no se puede saber si tenemos en cuenta descargas y futuros espectadores)

“Lost” con este final confirma lo que ya venía ofreciendo: la preocupación por las relaciones humanas lleva a la apertura a la cuestión creyente. Este tema sigue siendo recurrente en las narraciones audiovisuales contemporáneas que en alguna medida tienden a sustituir a la práctica religiosa. El problema estriba en que los guiones ofrecen simplificaciones al servicio de la historia y la implicación del espectador, por mucho que llegue a fans, no deja de ser bastante efímera. El relato si actúa como provocación debe ser bienvenido aunque si termina en la sustitución es claramente insuficiente.

Planteada especialmente como una añoranza de la comunidad en tiempos del individualismo, “Lost” aspira a recuperar la confianza en los otros y en la posibilidad de unas relaciones fundadas en el encuentro y la bondad.

Para los espectadores de “Lost” se a llegado al final de su serie aunque seguirán visitando los 121 capítulos de las seis temporadas. Sin embargo, sería de desear que la actitud de espectador pasara a protagonista, que la interrogación reemplazara a la pasividad de la recepción.

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