¿Se puede casar por la Iglesia un cristiano que no tiene fe?

Hoy en día es frecuente encontrar novios bautizados en el que uno de los dos no practica la fe, no cree o incluso está en contra de la Iglesia y la religión declarándose ateo o agnóstico, mientras que la otra parte es coherente con su bautismo y desea casarse por la Iglesia. ¿Pueden celebrar el sacramento del matrimonio cristiano?
El matrimonio entre dos bautizados es siempre sacramento, de ahí que la Iglesia no reconozca el matrimonio civil de dos bautizados. Pero a la vez todo sacramento presupone la fe. La cuestión no es trivial.
Los teólogos han asumido posiciones diversas. En síntesis:

  • 1) Fe explícita: Dado que la fe es un elemento esencial y constitutivo de todo sacramento, ésta es condición para la validez del matrimonio. Esta es la posición de D. Borobio en La celebración en la Iglesia.
  • 2) Fe implícita: Un mínimo de fe existe siempre que se solicita el matrimonio cristiano. A nivel pastoral no es oportuno hacer un examen de la fe de los novios durante el curso de preparación, si no ha habido un acompañamiento pastoral continuo previo. K. Lehmann defiende esta postura.
  • 3) Recta intención: La fe no entra. Es suficiente el bautismo y la recta intención, es decir la voluntad de celebrar el matrimonio según las enseñanzas de la Iglesia: Fidelidad, Indisolubilidad y Prole. Esta posición es sobre todo sostenida por los canonistas. En este caso, incluso en caso de ateísmo declarado, el sacramento es válido. Es necesario que quien se casa no esté separado formalmente de la Iglesia, como sería el caso de una apostasía explícita. Aún con todo la recta intención sin la fe resulta problemática en la coherencia sacramental.

Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Familiaris consortio (1981) en el número 68 habla del matrimonio entre bautizados imperfectamente dispuestos. La fe puede existir en diversos grados, pero atención, no puede existir la fe en grado cero. En tal caso simplemente hay ausencia de fe. Por lo tanto, para celebrar el matrimonio debe haber un mínimo de fe. El criterio de admisión de quien está imperfectamente dispuesto es la recta intención, que puede ser madurada y profundizada con la preparación y la celebración. El crecimiento en la fe es también la dirección hacia la que son encaminados los esposos imperfectamente dispuestos. En ningún caso el Papa habla de matrimonio entre bautizados no creyentes.
Detrás de toda esta problemática se encuentra una llamada urgente a la evangelización, de manera que el matrimonio pueda ser celebrado no sólo con validez, si no fructuosamente. La preparación al matrimonio es una verdadera oportunidad para crecer en la fe y en coherencia de vida cristiana.

El cliente siempre tiene la razón ¿Se cumple en la Iglesia?

Diagrama de flujo para el diseño de un producto.

En cualquier proceso de obtención de soluciones, y en concreto en el de desarrollo de productos, el flujo de trabajo y las relaciones cliente – profesional – entorno, se podrían resumir de la siguiente manera (imagen de la izquierda):
Diagrama de flujo para transmitir la fe

Me atrevo a pensar que en materia de fe, moral, misterio… el flujo sería casi el mismo. Poniéndole nombre a las cosas quedaría así (imagen de la derecha).

El caso es que no sé hasta qué punto respetamos este diagrama, o nos lo creemos. Me da la impresión, y me pasa a mí mismo, que desconfiamos de que esto sea así, o deseamos que sea más bien de otra manera, nos gustaría eliminar la parte de las críticas y tener siempre la razón.

Pensando en esto y a raíz de los últimos posts de Dani y su eco, se me ocurren tres posibles caricaturas de tres maneras de deformar este flujo de trabajo:

Modelo 1.
El de “el magisterio infalible”
Modelo 2.
El de “los teólogos descarriados”
Modelo 3.
El de “creo en Dios pero no en la Iglesia”

¿Cómo nos interpela cada una de estas caricaturas? ¿Nos sentimos más cómodos/identificados con una que con otra?
Las tres son posturas radicales a las que tendemos sin darnos cuenta o con las que etiquetamos a la gente. Todas ellas han prohibido la crítica. Personalmente al leer estos posts se me dispararon los prejuicios y acudí a estos estereotipos, a uno u otro, según el caso, poniéndome a favor o en contra como pasó con los que comentasteis las entradas perdiendo el significado original.

No toleramos la crítica porque parece que es desautorizar a la persona o a la institución. Sin embargo, profesionalmente la crítica es el feedback imprescindible para entender y cubrir las necesidades del cliente.

Sin embargo, cuando alguien critica a la Iglesia se le encasilla en el Modelo 3, o si un teólogo lleva una línea que cuestiona el magisterio pasa a ser del Modelo 2, y si alguien defiende la unidad de la Iglesia y la confianza en sus pastores a pesar de los errores, se le encasilla en el Modelo 1. En cualquier caso nos perdemos lo importante: El cliente, que se queda sin resolver su problema, sin colmar su deseo innato de Dios porque el profesional sea el que sea, no ha sabido hacer bien su trabajo y dar una respuesta que sintonice con la necesidad del cliente.

Aquí un ejemplo de «un mal diseño que costó 100 millones«. Se trata del rediseño de un envase de zumo (el de la derecha) que no gustó al cliente y derivó en la caída de las ventas, a pesar de que formalmente es mejor y más actual.

El cliente siempre tiene la razón, pero no porque sepa más que el profesional, sino porque es quien tiene una necesidad y no estará satisfecho hasta que la cubra. El profesional no puede ser el protagonista, sino que es el que, desde su posición autorizada, ha de ser capaz de acompañar al cliente tanto en la fase de poner nombre al problema, como en la de encontrar la solución, como en su posterior evolución y esto solo puede hacerlo quien es capaz de rebajarse hasta donde está el cliente, para poder escucharle y para decirle, no lo que quiere oír, sino lo que debe oír para entender y resolver su problema. Ni que decir tiene que el cliente ha de confiar en la autoridad del profesional, pero si ha solicitado su consejo y se sigue este proceso, es de suponer que se fiará de lo que este le diga.

Oponer teología a Magisterio es renunciar al patrimonio legado por el Espíritu a su Iglesia

Oponer teología a Magisterio es renunciar al patrimonio legado por el Espíritu a su Iglesia y predisponerse a la soberbia intelectual.
El Magisterio es un como un juego de pistas que bien interpretadas conducen a Dios, y no un conjunto de normas que limitan la razón.
El Magisterio es el ámbito donde la teología encuentra su mayor libertad, la promesa cumplida de llegar a ser luz para la humanidad.