Jesús, después de llamar a Mateo, que estaba sentado en la mesa de los impuestos, se fue con los discípulos a casa, se sentó a la mesa junto con otros publicanos, y a los fariseos escandalizados les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. […] No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13)
¿Cómo no se iba a sorprender Mateo de la llamada? Él, que colaboraba con las estructuras de pecado, que robaba, explotaba al pobre y vivía para sí. Lo que es seguro es que una pequeña luz brillaba todavía en la conciencia de Mateo, la luz que le permitió reconocer en la voz de Jesús al salvador. No lo dudó, abandonó su vida de pecado y siguió al maestro.
No importa cuán hundido en el pecado estés. Él ha venido a llamar a los pecadores. Sólo necesita ese pábilo vacilante de luz de tu conciencia, que Él mismo puso en tu alma al crearte, y por el cual podrás reconocer la Verdad, a su Hijo llamándote a una vida plena, libre, reconciliada, eterna.