Tan dulce, tan atento, tan sensible

El sabía vibrar. Era un hombre sin doblez, con unos granes ojos claros que no sabían mentir. Si al primer vistazo se le creía rudo es porque nos devolvía inmediatamente, intuitivamente, nuestra propia rudeza con él, sin que esta pudiera afectarlo y ni siquiera tocarlo…

Guy Luisier, Los diarios del Hijo pródigo

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