Un triunfo mayor

En pleno debate de la aprobación o no de la Ley del aborto, aparece, gracias a la victoria española del Mundial de Fútbol, en todos los medios de comunicación, la imagen de un chico joven con síndrome de down, feliz, y que casualmente, es hijo del seleccionador de fútbol español, Vicente del Bosque.

La imagen de este chico, Álvaro, feliz, abrazado a su padre, nos demuestra una vez más, que el amor es posible sea cada uno como sea, y que la vida es vida a pesar de sus limitaciones o sus discapacidades.
Sería maravilloso que, la imagen de este joven de 21 años, haya podido cuestionar a muchos que piensan que no merece la pena la vida de una persona con síndrome down o cualquier otra discapacidad física o intelectual.

Me llegó una carta del escritor Pedro Miguel Lamet, y me gustaba compartirla con vosotros.

EL HIJO DOWN DE DEL BOSQUE

A ese otro lado del fútbol, del que hablábamos ayer, pertenece también la historia de Álvaro, el hijo del entrenador Vicente del Bosque con síndrome de Down. Acostumbrados como estamos a medir todo por goles, fichajes o ligues de los futbolistas, olvidamos el trasfondo de sacrificio, lágrimas y alegrías, pequeñas o grandes peripecias personales que siempre hay detrás de toda fachada.

Me ha impresionado mucho el abrazo de Álvaro a su padre después del triunfo de la selección española. Y he querido saber. Reproduzco algunos párrafos de El País sobre Álvaro y su padre:

De los tres hijos de Del Bosque, hay uno, Álvaro, el mediano, que le cambió la vida. Nació el 6 de agosto de 1989 y Del Bosque, por aquel entonces, era entrenador del Castilla. Pocos días después, unas pruebas confirmaron que Alvarito había nacido con un síndrome de Down. “Al principio lloramos mucho”, confesó en una charla con Gemma Herrero publicada en el libro 39 historias solidarias alrededor del deporte. “Ahora cuando miro atrás pienso: ‘¡Qué gilipollas fuimos!”.

Para Del Bosque y sus amigos, no hay duda: Álvaro es un regalo que les concedió la vida. Ayer, en La Moncloa, Alvarito se enfundó una camiseta azul con el número 6 de Del Bosque. La cambió poco después por una roja con el 12 y antes de entrar al palacio se fundió en un abrazo muy emotivo con su padre, el seleccionador. Más tarde se le vio bromear con Xavi subido al autocar de los campeones. “Mi hijo es feliz y contagia felicidad. Es pícaro, pero no sabe qué es la maldad”, explica orgulloso. Del Bosque, convencido de que las cosas no suceden por casualidad, recuerda que cuando era jugador del Madrid, cada mañana les visitaba en el vestuario de la vieja ciudad deportiva un niño con idéntico trastorno que su hijo: “No recuerdo el nombre, solo que era muy divertido y le cogimos mucho cariño. A mí siempre me tocaba el bigote”.

Dicen que Álvaro es un muchacho encantador, pero eso no quita que sea muy crítico. Cuando Del Bosque era entrenador del Madrid, le recriminó agriamente que dejara a Casillas en el banquillo –“¡Joder, Alvarito, solo me faltabas tú!”, le contestó el padre- y antes de que cerrara la lista definitiva para el Mundial no hubo día que no insistiera en que no se olvidara de Güiza. “Se enfadó mucho cuando supo que el jerezano no jugaría el Mundial”, explican en el entorno de Del Bosque. Durante su estancia en Sudáfrica -el hijo pequeño acudió con toda la familia durante diez días, a presenciar dos partidos de la primera fase y la final- se convirtió en defensor a ultranza de Llorente y Javi Martínez. La explicación no es muy futbolera: se fue de safari con los familiares de los jugadores del Athletic y les cogió cariño.

Algo había yo adivinado en la mirada de este entrenador sobrio y sereno, y no sólo la contención castellana del salmantino. Sin duda era la aceptación y el crecimiento interior que es aceptar un hijo así.

Un triunfo mayor que todas las copas del mundo.

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