Vida en el espíritu

En la vida hay momentos en los que se pone en juego la totalidad de la existencia y se toman decisiones que trascienden los datos del momento y de las que no se puede dar cuenta por solas razones intramundanas. Momentos en los que hemos sido mal tratados y en vez de defendernos nos hemos callado. Momentos en los que hemos dado un perdón que no sólo no se nos ha pagado, sino que ha sido acogido como lo más natural. Momentos en que hemos obedecido no por evitar líos, sino sólo por causa de ese Misterio silencioso que es Dios y su voluntad. Sacrificios que no nos proporcionaban gratitud, ni reconocimiento, ni siquiera satisfacción interior. La experiencia de la soledad total. Decisiones de las que seremos siempre responsables, que nacieron totalmente de lo más íntimo de nuestra conciencia, porque ya no había nadie que pudiera aconsejar o hacer un poco de luz o simplemente compartir la responsabilidad. ¿Hemos intentado amar a Dios, allí donde no nos sentíamos llevados por ninguna ola de entusiasmo, allí donde todo nos parecía vacío y sin sentido y donde sólo deseábamos desaparecer?, ¿Hemos intentado cumplir algún deber al que sólo experimentábamos como la pura negación de nosotros mismos, como una tontería radical que nadie habría de agradecernos?, ¿hemos sido buenos con personas en las que nuestra bondad no iba a tener ningún eco no ya de gratitud: sino de reconocimiento?

Si de toda esta cadena logramos extraer las auténticas experiencias que hicieron posible que todo eso ocurriera, entonces hemos hecho la experiencia del Espíritu Santo. La experiencia de que el Espíritu es algo más que un trozo de este mundo, la experiencia de que el sentido del hombre no se agota en la dicha de este mundo, la experiencia de una audacia confiada que no proviene de los éxitos de este mundo y, en una palabra, la experiencia de Dios, de la llamada de su Espíritu, que se hizo realidad para nosotros en la encarnación y muerte de Cristo.
Karl Rahner

 

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