Vida dichosa

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

San Agustín

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EL MANANTIAL


 Este deseo, esta necesidad
de retornar mil veces
a donde está la luz.
No a donde estuvo y se apagó muy pronto,
sino al lugar radiante del que siempre
sigue y sigue manando.
Respirarla, beberla
cuando a ese sitio nuestros pasos vuelven,
es completar la vida, lo que entonces
apenas fue o no vimos
que en nuestro transcurrir se demora.
Regresar a ese limpio manantial:
cuánta misericordia inagotable.
Ningún daño se encuentra allí al acecho;
allí el amor no se termina nunca.

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Justos

Una creencia judía afirma que en cada época en la tierra aparecen 36 justos. Nadie les conoce, ya que se confunden con los hombres comunes. Pero ellos llevan a cabo su misión en silencio, que no es otra que sostener el mundo con la fuerza de su misericordia. La leyenda judía sigue diciendo que, cuando finalmente mueren, esos justos están tan helados, por haber hecho suya la aflicción de los hombres, que Dios tiene que cobijarlos en sus manos y tenerles allí por espacio de mil años, al objeto de infundirles un poco de calor.

Gustavo Martín Garzo, El portador compasivo

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Mirar

LA CEGUERA

Mirar no es sólo asunto de los ojos.
Primero, ciérralos unos instantes
y dentro de ti busca –en tu sosiego–
la facultad de ver.
Y ahora ábrelos, y mira.
Es enero ahí afuera, pero está
muy hermosa la vida esta mañana.
Cuánto sol en los álamos
que en trémulas hileras van creciendo
en esta vieja plaza
de tu ciudad. Un día y otro día,
durante muchos años,
a su lado pasaste y no los viste,
ciego que dabas pena y que hoy, por fin,
de milagro has sanado y puedes ver
y en tu mirar te salvas.

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Ensanchaos

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos

San Agustín

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