Con el paso de las horas, le parecía hundirse cada vez más en la oscuridad, en la roca y en la negra raíz de la tierra, y, sin embargo, se sabía portador de un germen nuevo, tal vez un gusano que escarba en la tierra, o en una planta que pugna por salir al exterior empujando con su tallo, o tan solo una roca que reposa, fresca, en la bendita insconsciencia de la existencia.
Stefan Zweig
Un comentario en «Los ojos del hermano eterno I»
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