Perdónenme el sol y la tierra y los pájaros del aires y todas las criaturas simples y libres y luminosas. No fue el mío el pecado primaveral de la cigarra, aquél que se comprende y hasta se ama. Fue el pecado oscuro, silencioso, de la hormiga, fue el pecado de la provisión y de la cueva y del miedo a la embriaguez y la luz. Fue el olvidar que los lirios, que no tejen, tienen el más hermoso de los trajes, y el tejer ciegamente, sordamente, todo el tiempo que era para cantar y perfumar.
Dulce María Loynaz