Azul la cordillera

…pero nos queríamos tanto que después de cada clase salíamos juntas a dar una vuelta por ahí. Algunas veces dimos la clase junto al río. Clase o como se llamara eso que nos sucedía, cuando mi mano llevaba su mano chiquita y dibujábamos juntas letras en la arena.

Hasta que un día, yo estaba corrigiendo en la mesa del comedor, de espalda a la ventana. Laura, frente a mí, apoyada en sus codos y con la carita sostenida en los puños. Algo empezó a decir. Cuando realmente la escuché, demoré todavía un tiempo en entender, porque estaba metida de cabeza en el procedimiento fallido de las divisiones por dos cifras. Además porque la voz de Laura salía en pedacitos, como respiraciones, con un sonido o dos. Canción susurrada parecía. Lenta y como para dormirse.

– La ma…la,¡no!…al ma cén y car ni ce. ¡Almacén y carnicería!

Cuando terminó de deletrear yo vi en sus ojitos el reflejo del almanaque que teníamos en la pared, justo a mi espalda. Y no me moví, para seguir viendo ese brillo y la carita de entender y el deslumbrase por el descubrimiento, y mis propias trenzas cayendo en la mesa del tiempo en que mama amasaba. Y después tampoco me moví, aunque se me cayó la lapicera, porque tenía una agitación en el pecho que no me dejaba hablar. Y ella lo supo y dio la vuelta para tomarme la cara con sus manos amigas y me abrazó y yo sentí había empezado a ser una maestra y que estaba en el único lugar  en que debía estar»

Azul cordillera, María Cristina Ramos, Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y juvenil

maestra-y-alumna

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